miércoles, febrero 20, 2008

La cúpula y la cripta (IV).

El sendero hacia la cúspide
(La euforia del mundo)

El cielo nocturno. Millones de posibilidades, de vidas inimaginables, de lágrimas y penas, de enigmas y de viajes sin retorno... Millones de secretos se ocultan en el Universo, ante los sentidos y el intelecto limitado de los humanos, detrás de capas de materia oscura que aparentemente mantiene unidos a los cuerpos celestes.


En noches como la de hoy, recuerdo que siempre he estado atento de lo que sucede en el firmamento. Un magnífico eclipse total de Luna está ocurriendo en este momento, y la fase penumbral está a pocos minutos de revelar una de las imágenes más simbólicas de mi vida: la luna llena roja.

Cuando el fenómeno acontezca, durante breves instantes, el brillo de los cuerpos celestes se intensificará, y entonces, simularán ser bengalas portadas por espíritus eternos, como rezan las viejas leyendas de las tribus en el Ártico.

Me gusta imaginar que eso sucede.

Flamas incandescentes flotando en el cielo, a millones de años luz, encendidas por seres de tiempos antiguos para iluminar su peregrinaje hacia la eternidad.

Bien,
¿Qué sucedería, si por un momento, invirtiéramos los acontecimientos de tal ficción?

Si fuésemos nosotros quienes flotáramos lejos de la superficie terrestre, a una distancia pertinente para identificar los puntos de luz de las comunidades (como sucede con los viajes aeronáuticos nocturnos), y además, pudiésemos divisar la luz de aquellos seres quienes portan las emociones que anhelamos compartir, dispersos por el mundo, y desean ser encontrados?

Entonces la realidad sería distinta
(muy parecida a la ficción).

Pero no es así.
El mundo es un sitio mórbido y oscuro, donde las flamas de las emociones legítimas apenas arden unos cuantos segundos, y se extinguen con premura.

¿Qué nos queda, entonces?
Emprender el viaje, recorrer el sendero hacia la cúspide más alta de nuestra realidad, encender una fogata y avivarla con el viento del Norte.

Y en el camino, encender bengalas...

Hasta que alguien más se percate, una de estas noches.


lunes, febrero 11, 2008

La cúpula y la cripta (III).

El anhelo del futuro

Aquella noche de invierno, poco antes de la Luna de la Nieve, se había prolongado mucho, como si el Tiempo hubiese desafiado sus propias leyes y hubiese decidido tomar un descanso, que para esa época, tenía bien merecido. Fue entonces, en plena madrugada, cuando desperté. (Es sólo un decir, pues en realidad no había dormido).

Era difícil dormir en esos días. Conciliar el sueño podía tomar la eternidad entera, y para entonces, la noción de eternidad se había vuelto más preciada:

Valía más que los buenos momentos itifálicos,
y que los fuegos pirótécnicos en las noches de algarabía.
Valía más que los fuegos fatuos del otoño,
y que el breve paso de las estrellas fugaces en el firmamento...
Incluso valía más que los segundos eyaculatorios de un orgasmo.

Justamente, divagando sobre la eternidad, salí a caminar.
En las calles, la lluvia del invierno, que es fría y acogedora a la vez, enardecía su fuerza.

Vi mi semblante difuminado en los adoquines de las calles, y percibiendo el olor de la tierra húmeda, pensé:

En cuán vigente podía ser el Futuro, fuera de esa casa y de esa ciudad, a miles de kilómetros de distancia, en algún paraje donde el concreto y el acero no aturdieran los sentidos, y donde "la Vida Ausente" se volviera tangible por primera vez.

Un sitio apartado de todo el mundo previamente conocido, que se encontraba en agonía.

Un lugar donde no hubiera razón para evadirse de la realidad, porque es bien sabido que cuando los Tiempos son mórbidos y aciagos, ciertas personas "nos ausentamos". Nos refugiamos en las canciones, en los videos musicales, en las películas, en los libros, en todas quellas realidades efímeras que resulten menos decadentes que la nuestra.

Y evadiéndonos, nos transportamos: vivimos en todas aquellas frases, imágenes y experiencias que jamás creamos, pero que cierto día, nos trajeron de vuelta, por unos cuantos minutos, el verdadero sentido de la vida.

Aquella noche se prolongó tanto que nunca dio paso al amanecer.