El sendero hacia la cúspide
(La euforia del mundo)
(La euforia del mundo)
El cielo nocturno. Millones de posibilidades, de vidas inimaginables, de lágrimas y penas, de enigmas y de viajes sin retorno... Millones de secretos se ocultan en el Universo, ante los sentidos y el intelecto limitado de los humanos, detrás de capas de materia oscura que aparentemente mantiene unidos a los cuerpos celestes.
Cuando el fenómeno acontezca, durante breves instantes, el brillo de los cuerpos celestes se intensificará, y entonces, simularán ser bengalas portadas por espíritus eternos, como rezan las viejas leyendas de las tribus en el Ártico.
Me gusta imaginar que eso sucede.
Flamas incandescentes flotando en el cielo, a millones de años luz, encendidas por seres de tiempos antiguos para iluminar su peregrinaje hacia la eternidad.
Bien,
¿Qué sucedería, si por un momento, invirtiéramos los acontecimientos de tal ficción?
Si fuésemos nosotros quienes flotáramos lejos de la superficie terrestre, a una distancia pertinente para identificar los puntos de luz de las comunidades (como sucede con los viajes aeronáuticos nocturnos), y además, pudiésemos divisar la luz de aquellos seres quienes portan las emociones que anhelamos compartir, dispersos por el mundo, y desean ser encontrados?
Entonces la realidad sería distinta
(muy parecida a la ficción).
Pero no es así.
El mundo es un sitio mórbido y oscuro, donde las flamas de las emociones legítimas apenas arden unos cuantos segundos, y se extinguen con premura.
¿Qué nos queda, entonces?
Emprender el viaje, recorrer el sendero hacia la cúspide más alta de nuestra realidad, encender una fogata y avivarla con el viento del Norte.
Y en el camino, encender bengalas...
Hasta que alguien más se percate, una de estas noches.
Me gusta imaginar que eso sucede.
Flamas incandescentes flotando en el cielo, a millones de años luz, encendidas por seres de tiempos antiguos para iluminar su peregrinaje hacia la eternidad.
Bien,
¿Qué sucedería, si por un momento, invirtiéramos los acontecimientos de tal ficción?
Si fuésemos nosotros quienes flotáramos lejos de la superficie terrestre, a una distancia pertinente para identificar los puntos de luz de las comunidades (como sucede con los viajes aeronáuticos nocturnos), y además, pudiésemos divisar la luz de aquellos seres quienes portan las emociones que anhelamos compartir, dispersos por el mundo, y desean ser encontrados?
Entonces la realidad sería distinta
(muy parecida a la ficción).
Pero no es así.
El mundo es un sitio mórbido y oscuro, donde las flamas de las emociones legítimas apenas arden unos cuantos segundos, y se extinguen con premura.
¿Qué nos queda, entonces?
Emprender el viaje, recorrer el sendero hacia la cúspide más alta de nuestra realidad, encender una fogata y avivarla con el viento del Norte.
Y en el camino, encender bengalas...
Hasta que alguien más se percate, una de estas noches.