que tenemos una idea distinta de la prosperidad
y de cómo alcanzarla,
pensarían que somos un par de idiotas".
Adriana Díaz Enciso, Nada.
De vuelta al lugar de origen, por unos días.
Despierto y de inmediato abro la misma ventana que abrí a los 17 y a los 22 años, y aspiro la humedad que se percibe en la ciudad. Un par de montañas imponentes dominan el paisaje, y por las noches, la niebla refresca algo más que al clima: trae de vuelta las vivencias de otro tiempo, mientras expande el frío solemne que nos hace sentir vivos.
Pienso en la posibilidad de "engendrar" un relato.
La verdad es que el último año no he escrito ninguno, ni una sola narración que involucrase a alguno de los personajes a quienes solía dar vida.
Llegué a creer que Ibardhim estaba muerto, perdido en algún punto de la Gran Ciudad, demente por una desmedida congestión de ajenjo checo o husmeando las secreciones de un cuarto oscuro, subsistiendo gracias a la monotonía de la vida, luego de haber perdido la capacidad para inmiscuirse en una historia... Pero no fue así.
Descubrí que seguía vivo, en el momento en que abrí un cajón, y un naipe se deslizó hacia el suelo: era la Templanza.
Por un instante, decenas de pensamientos furtivos me abordaron, desechando cualquier indicio de azar o coincidencia. Vi pasar ante mí un pasaje familiar, un lugar con atmósfera, personajes y situaciones propias.
Y a partir de ahora, durante los días siguientes, tengo en claro un eje creativo en torno al cual debo ocuparme.
Ibardhim resurgió de los escombros de la Gran Ciudad, un año después.

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