miércoles, marzo 05, 2008

La cúpula y la cripta (V).

Algarabía Distante

En días como éste, cuando una súbita tormenta eléctrica me sorprende a mitad de camino en una plazoleta, y luego abre paso al último viento del invierno —aquel que no azota ni sobrecoge—, me detengo a reflexionar sobre los instantes furtivos de esta existencia. Y como la lluvia, miles de ideas abruman mis pensamientos.

En principio, pienso en los personajes fugaces de los relatos. Es decir, en quienes aparecen una o dos veces dentro de un cuento, una novela, una leyenda, una secuencia fílmica... Incluso en nuestra vida cotidiana.

Pienso y observo a mi alrededor: al sujeto que hace apenas unos minutos me pidió la hora, a la anciana que corre despavorida para refugiarse de la lluvia, a la pareja de estudiantes que con miradas atónitas se percatan que no me inmuto ante el temporal y que no pienso guarecerme bajo techo alguno...

Por el contrario, la lluvia se intensifica y me estremece un poco.

En momentos como éste no importan los problemas que agobien al mundo, por ínfimos o extremos que resulten. Hasta los hechos noticiosos (que se distinguen por presentar cifras de muertos, más que de vivos, y narrar tácticas guerra, más que propuestas de conciliación), parecieran carecer de completa relevancia.

Allí están, por ejemplo, los titulares internacionales sobre el revuelo europeo por el reconocimiento (o desconocimiento) de la Independencia de Kosovo, las diversas posturas sobre de los incidentes fronterizos entre Colombia y Ecuador, y el ya común balbuceo soporífero e impertinente de Hugo Chávez en Venezuela…

Por un instante (sólo un instante), pareciese que nada de eso importa.

Aquí, en un punto cualquiera del Hemisferio Norte... Un ser humano cualquiera, impávido ante la tormenta, se convierte en cualquier personaje incidental de un relato ajeno.

El mundo se ha vuelto un sitio tan caótico y distante, que abruma ponerse a pensar en él y cargar a cuestas con su mediocre realidad.

En días como éste, reflexiono al respecto.
Y en momentos como éste, no puedo evitar el hecho de pensar en Dios.


[No en el Dios lastimero y penitente de los judeocristianos, sino en la idea única de Dios que cada cual se reserva para sus adentros]. En mi caso, describiéndolo un poco, pienso en el Dios que me transmite un poco de su Libertad cuando atravieso el campo y el bosque, mientras un viento frío y veloz silba y azota las montañas.

Es también así, como tomo conciencia de la fugacidad emotiva de cada instante.

Por tanto, (por ahora), la vida se limita a ser una sucesión de emociones fugaces vividas por personajes incidentales.

Cuando uno intenta descartar todo aquello que es ocioso, perjudicial y nocivo de su realidad en el año 2008, corre el riesgo de prescindir hasta de sí mismo. Lo que aspira, entonces, es encontrar el valor legítimo de las emociones, tomando conciencia de la fugacidad efímera que las caracteriza.

No debe existir en el mundo mejor lugar para guarecerse que la intemperie de una tormenta eléctrica. Y no debe existir tampoco, mejor momento para morir y dejar de escribir que aquel en que se comparte el mundo propio.

He ahí el sentido de la vida, sobre todo, la de los personajes fugaces que ante la falta de una narración propia encontraron su mundo en la Libertad de la Interpretación.

Y ante la Libertad Suprema, sólo existe una palabra:

Algarabía.

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