"Last night I dreamt that somebody loved me,
No hope, no harm, just another false alarm…"
The Smiths, Last night I dreamt that somebody loved me.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que lo ví, aunque es probable que aún no suceda. Sólo sé que él está allí, en algún lugar, tras los arbustos que el viento regocija por las noches. Atraviesa las calles con premura, logrando pasar inadvertido entre los extraños, pero algo es seguro: si uno de ellos lo buscara, nunca lo encontraría.
Desde siempre, he tenido la sensación de que es un ente triste, que a su paso, va esparciendo la melancolía por este mundo: quizás ése es su destino. Se acerca a mí cuando salgo a caminar, y entonces, su hedor de lastimera soledad se confunde con el de la tierra húmeda.
Desconozco su edad, aunque las crónicas ajenas lo ubican en cualquier tiempo. Cuando fui pequeño, los otros chicos solían citarlo, y crearon el mito de un ser macabro que durante siglos vagó errante por los aires. Algo debe haber de cierto en ello, pues pocas veces lo he visto en el día, a menos que el viento del Norte arrecie y con él pueda transportar su espíritu.
Sea cual fuere su origen, no es el de la naturaleza humana: pues domina al firmamento; tras la puesta del Sol, cruza fugazmente la ciudad y corre hacia el horizonte, perdiéndose entre las montañas.
Siempre está solo, de lo contrario, no existiría.
Hace mucho que ha olvidado sonreír, con suerte nunca lo hizo. Mas sin embargo, el silencio lo perturba, le resulta incómodo. Viene hacia mí cuando escucho melodías lúgubres, y entonces susurra que tal música lo consuela.
Ignoro si algún hechizo en particular es capaz de sojuzgarlo, eso se le regala a cada cual, aunque intuyo que ninguno resultaría efectivo del todo: su vida es la libertad de un orgasmo eterno. Lo sé cuando eyacula cantidades supremas de semen infinito sobre mis ojos, y cuando despierto, son sólo lágrimas.
Tiene una afición particular: alimentarse con los sueños, los deseos y los recuerdos de los mortales, esto lo vigoriza.
Una vez intenté seguirle: recorrí callejones, parques, plazuelas y cementerios, hasta que finalmente me perdí en la niebla perenne del bosque. De esta forma entendí que las imágenes imposibles y los pasos jamás pisados le pertenecen.
Como ya he mencionado, su andar es presuroso. Pocas veces se detiene, a menos que un gato lo observe y se acerque a saludarlo: es entonces cuando recuerda que aún, en cierto modo, mantiene un lazo estrecho con el mundo de los mortales.
Tras su espalda, agoniza el delirio de las tiempos: ha convivido con tantos dioses, semidioses y villanos que prefiere morir solo, en unos cientos de años más.
Esta noche dormiré, como suelo hacer cada noche mágica que el tiempo nos ha concedido (aunque las de noviembre son las mejores). Una vez más, conjugaré al vacío de la memoria con la penumbra... Y sólo así podré vislumbrar su rostro, esta noche, tal vez…