sábado, enero 15, 2005

La vida siempre está ausente.


Un personaje al borde del colapso anímico, en una habitación fría: su nombre es Ibardhim, quien concluye un relato ‘oscuro’. Frente a sus ojos hay un ventanal de grandes dimensiones que muestra un ocaso gris. Por un instante desvía la atención del monitor y entonces se dirige al ventanal: el gélido viento sopla sobre su rostro. Ibardhim cierra los ojos y se traslada a otro lugar, más allá de ese relieve montañoso que ha visto desde siempre en cada atardecer.

Se deja llevar un poco por la música que suena en el estéreo, la voz de Beth Gibbons entona una suave letanía: “Autumn leaves, beauty's got a hold on me…” Sabe bien que desde su ciudad en la provincia mexicana pocos escuchan a Beth Gibbons, pocos observan un ocaso gris y aún menos sienten al viento soplar sobre su rostro.

Aún así, es capaz de imaginarse en una gran urbe, antigua y llena de leyendas… Por qué no, del otro lado del océano. Incluso puede divisar un pequeño ático y un muelle, calles de ladrillos ocres, olores agridulces... Va más allá y se ve recostado en una cama, sujetado por un par de brazos fuertes.

Beth Gibbons continúa cantando: “everybody knows this time, shadows are drifting in silence…”

Cerca del ventanal, echado sobre el piso, se encuentra Evryn: es un gato negro, gordo y cariñoso. Pasa las tardes aburriéndose por no tener con quién jugar. En realidad, su espíritu es el de un ángel que reflexiona sobre el mundo de los humanos, sobre sus sueños y sus pesares; bien le haría conocer un día de éstos a un alma en pena a quién expiar.

Pero esto no sucederá.


Mientras tanto, Beth Gibbons clama:
“Autumn leaves,Pretty as can beEveryone can see,Everyone except me…”

Simultáneamente, a miles de kilómetros y del otro lado del océano se encuentra Gheesh, quien comienza a escribir lo que será un relato ‘oscuro’ desde el ático donde vive solo. El bullicio constante de la taberna bajo su habitación, aunado al ruido que proviene del exterior, le impiden concentrarse. Toma un descanso y se acerca a la ventana: desde allí puede divisar el muelle, y miles —quizás millones—, de rostros que día a día caminan sobre estrechas calles de ladrillos ocres, cruzando sus miradas en fracciones de segundo, para no volverse a ver jamás.

Cuánto desearía estar en alguna otra parte, un lugar plácido y aislado donde los achaques de la metrópoli no interrumpieran sus pensamientos, donde el humo y el óxido no sofocaran al ambiente y el viento de las montañas pudiera soplar sobre su rostro…

Una melodía suena en el estéreo:

“No, we know you'll never fake it Whether my oceans divide I'll try to understand it But everybody knows this town…”

Es Beth Gibbons susurrando la misma canción.

No mucha gente se da tiempo de escuchar a Beth Gibbons en esa ajetreada y antigua ciudad, tan llena de leyendas. Incluso el ático de Gheesh resulta ser un sitio escabroso: justo al momento del ocaso, una sombra tenue recorre las paredes. Va dejando un frío que cala los huesos y un dejo de melancolía; se trata de un alma agobiada por el olvido… Cuánto daría por encontrar a un ángel que pudiese absolverla.

Pero queda claro: esto no sucederá.

Cierta noche, Ibardhim y Gheesh se conocen mediante la Internet: es por suerte y por destino. Pasan horas, luego días y más tarde meses charlando sobre gatos, ángeles, almas penitentes, Beth Gibbons y cientos de temas más, hasta que Gheesh decide viajar para encontrarse personalmente con Ibardhim.

Los minutos —y luego las horas— se hacen eternos para Gheesh en el aeropuerto: Ibardhim no aparece, y de hecho, nunca lo hará —se ha suicidado la noche anterior—.

Allí, entre el ir y venir de los viajeros, una canción se deja escuchar en la sala:

“Autumn leaves Beauty's got a hold on me Autumn leaves Pretty as can be…”

Gheesh se percata que está solo de nuevo —aunque en realidad siempre lo estuvo—, sale a caminar mientras descubre un mundo extraño, tan ausente como el anterior: las miradas aquí son igualmente vacías.

Se aleja y en su paso se topa con un gato lastimado, a punto de morir. Es negro, gordo y cariñoso. Lo toma en su regazo deseando que los ángeles escuchen...

Pero ya es muy tarde:
la vida siempre está ausente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola ivan, creo definitivamente que la vida siempre esta presente, y es fuerte y terrible como para que un humano pueda tolerarla.