Las rosas rojas abundan en estos días: son un frívolo símbolo del supuesto 'cariño' que un ser humano desea expresar. Son por tanto, deseo y expresión. Emanan un dulce aroma que regocija a los sentidos.
En cambio, las rosas negras resultan ser un enigma para el espíritu. Aparecen en sueños, en viajes alucinados, en visiones nocturnas que se desvanecen de inmediato. ¿Acaso aguardan en las sombras? ¿nacen de la melancolía? ¿de la soledad? ¿de la eterna búsqueda hacia un sitio hiperbóreo? Son por tanto, una conjunción de extrañeza y misticismo.
¿Cómo es su aroma? eso se le regala al lector. Quizás sea el material con que funcionan los anhelos, quizás sea el del semen, o sólo el ingenuo aroma de la morfina.
Una rosa roja se percibe y ya, tal cual. En cambio, una rosa negra, (auténtica, por supuesto), sólo existe tras una larga búsqueda. Basta cerrar los ojos, internarse en uno mismo, dejar de ser... Sentir.
Observar las sombras, seguir sus pasos invisibles, entrar en su mundo y volver a salir, indemne.
Apreciar la luz y de nuevo la oscuridad, escuchar los murmullos del silencio, comprender los misterios de los espíritus arcanos...
Cantar y callar de nuevo.
Tener orgasmos etéreos.
Y volver a comenzar.
Nuestra misión es encontrarlas.