domingo, junio 25, 2006

La luz que nunca se extingue (Un tributo).

"Take me out tonight
where there's music and there's people
and they're young and alive
Driving in your car
I never never want to go home
Because I haven't got one
Anymore..."
The Smiths, There is a light that never goes out.
Los días lluviosos del estío me han llevado a parajes inéditos que incluso yo me asombro de conocer, y justamente mientras observo la lluvia, recuerdo lo que he ido dejando atrás (sólo un poco: lo necesario para no olvidar. Todo lo demás sale sobrando).
Hubo un tiempo largo... Larguísimo, de tardes grises y luces lánguidas, en el que regresaba a casa luego de pasar horas pensativo en algún puente peatonal, mirando al vacío. En el trayecto de regreso, cruzaba un parque gris, que debido al calor agobiante por momentos parecía carecer de límites. A pesar de ello, era un lugar de paso para estudiantes y gatos despreocupados.
Así comencé un primer relato, en un primer breviario.
Llegué a casa, descorrí la persiana que daba a la calle y ésta se mostraba estática, imponente, ¡afuera la vida era desoladora, mediocre y ordinaria! Gente saliendo del trabajo, gente comiendo, gente tomando a sus parejas de la mano, gente llevando a sus hijos al colegio... La simple idea me turbó: convertirme en uno de ellos, un ser anodino, sin reconocimiento, sin méritos, que no sacara provecho del privilegio elemental: el de ser libre y expresarme.
Tomé una pluma y escribí un relato, bastante inconexo. Pensé en los gatos grises que atestiguaban las historias grises de los humanos, en esa enorme Ciudad Gris.

No recuerdo cuántas horas pasé escribiendo —creo que fueron semanas—, recluyéndome diariamente. No es de extrañar que el desenlace, y en especial, la última página, me produjera cierto desasosiego. Presentaba al personaje principal desvaneciéndose, estrellando su cráneo contra el asfalto gris, y con un calor de treinta y cinco grados centígrados, sintiendo lástima inaudita por ese último gato sin hogar que se acercaba a husmear su cuerpo, casi inerte.

Luego cerraba los ojos y a medida que sus signos vitales se extinguían, escuchaba con mayor proximidad la voz de Steven Morrissey en un autoestéreo, quien cantaba There is a light that never goes out, infundiéndole un último aliciente.

Y luego silencio.

"Qué suerte tienen los muertos de estar tan solos,
En esos sepulcros fríos.La vida es cálida, y por tanto, dolorosa."
Iván Barr.

Desde que escribí esas líneas hasta ahora, ¡ha llovido tanto!
(Pero más en estos días).

El torrente pluvial ha despejado los días grises, dando paso a noches húmedas y brillantes luces siderales. Sin embargo, estos últimos días, la lluvia trae además una inédita sensación de libertad. Es difícil de explicar, pero allí se encuentra: en el olor a humedad que se desprende del ambiente. Es un flujo azul intenso que pinta los claroscuros, y me provoca imperiosamente un estímulo de Libertad.

Quienquiera puede dudar de su existencia. Sin embargo, si alguien me preguntase si lo he visto, lo afirmaría con certeza. He visto mucho más que eso, en otras épocas y ni siquiera con este cuerpo: vi la luz de las cenizas que ardían bajo un agua cristalina...

1 comentario:

Silencio dijo...

Bueno un gatom puede ser un perro, una vez me tope con un perro muerto y otro que lo miraba y lo miraba y así. El gato debe ser mas curioso, debe ser como el gato que lame a Selina Kyle, más curiosidad que pena. Tardes grises auyentando a paseantes que temen el agua pero no temen la aburrida vida descrita por un guión.

Salud.