Ayer, a media charla de café, La Mujer sin Sonrisa me reveló, con una calma que es común en ella, que su padre -es decir, mi abuelo-, ha muerto. Un poco más y habría guardado el suceso para sus adentros.
La noticia, muy lejana de la crispación o el desconcierto que en otras circunstancias, en otro contexto y en casi cualquier otra familia hubiese acarreado, sólo produjo en mí un silencio prolongado que precedió a la reflexión.
Y es que no sólo me intriga el hecho de saber cómo murió, sino también, el de saber cómo vivía.
Aunque parezca paradójico, a menudo tengo presente "la idea de mi abuelo" porque siempre resultó estar ausente. Su vida está enmarcada en el misterio: fue un exiliado, un forastero, un ermitaño. Sólo llegué a conocer de él datos dispersos, por personas que en otra época y en otro lugar le conocieron: por ejemplo, supe que era un tipo muy noble y muy esquivo, que tenía una especial dilección por las mascotas y que su pasión era leer. Solía salir a caminar largas jornadas hacia sitios despoblados y leía de principio a fin todo texto que llegase a sus manos.
Más alla de estas vagas referencias, desconozco sus acciones.
"El abuelo" existió para mí gracias a los libros -antologías de relatos, en su mayoría-, que enviaba por mensajería, a varias fotografías en sepia donde aparece en los años 40's y 50's del siglo pasado, a un par de acuarelas que pintó -mismas que aún conservo-, y a una curiosa postal navideña donde recomienda leer un cuento de O. Henry (The gift of the Magi).
Ahondando más en los detalles de su deceso, me he enterado que ni siquiera falleció en fechas recientes, sino que éste ocurrió en algún momento del otoño pasado, y que su cuerpo fue hallado inerte momentos después de expirar.
Para qué negarlo, esto último me provoca un poco de tristeza.
Creo que las buenas personas no deberían morir solas.
(Aunque en el fondo, todos lo hacemos).
Y aunque sé que "el hubiera es un incómodo subjuntivo", me hubiese gustado tener alguna conversación con él, al menos una vez. O siquiera, preguntarle cuál era su finalidad al enviar los libros.
No me queda sino pensar que alguna vez, de algún modo, podremos coincidir en algún punto de la eternidad.
Pero por ahora —y lo que reste de esta vida—, será un enigma.
1 comentario:
Iván, yo tuve la suerte de conocer a mi abuela y aún así, es un misterio. Tengo algunos rastros: su aroma es uno de los primeros que clasifiqué como "así huele abuelita", y la primera vez que lloré por alguien que no fuera yo, fue a los cinco años, cuando comprendí que nunca más la olería ni me regalaría chiclosos de café para curar las caídas y paliar los regaños. Pero se quedó en mí como una semilla. Desde ese lugar, en la intuición heredada, también me envía libros que extraigo a ojos cerrados de la biblioteca que era suya, y me manda pruebas de que la eternidad sucede cuando la evocación se transforma en un pensamiento que coincide con otro. Me quedé pensando un buen rato y creo que la eternidad es una partícula de coincidencia. Qué es la eternidad... tienes alguna pista?
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