"Hasta la eternidad era antes más larga"
Stanislaw Jerzy Lec.
Contrario a lo que pudiera pensarse, he posteado poco en estos días debido a que me he enfrascado en El proyecto.De tal forma que he escrito más de lo que estas líneas pudieran testimoniar.
Justo escuchando esta mañana las noticias del mundo, postrado frente al televisor, me han venido imágenes de un modo confuso, mezclándose como un coctel exorbitante; Angela Merkel es canciller en Alemania, Ellen Johnson- Sirleaf asume la presidencia de Liberia y Michelle Bachelet gana las elecciones en Chile... Nuevos nombres que habrán de ingresar a los archivos.
Precisamente recapitulando a la Historia, concibiéndola como una sucesión de hechos colectivos y personales que a menudo se entremezclan e influyen unos sobre otros, es como deduzco que todos llevamos en buena parte de nuestra identidad la impronta del tiempo en que vivimos.
El mío, suscitado en 26 años y contando, bien podría dividirse en tres periodos, siguiendo está lógica (o en su defecto, siguiendo esta tesis), aunque por supuesto, cada quién puede dividirlo como le plazca.
Primero está la Era de la Tensión, el periodo de los Claroscuros. Aquel que correspondía a mi infancia, a La Antigua Serpiente envenenando mi mundo y a la distante Mujer sin sonrisa, pero también al Tiempo de las bengalas fugaces, como la música de esa decáda, con todo ese Take on me y ese Final Countdown, como ese cometa, el Halley, que atravesó el firmamento en 1985.
Quienes nacimos en 1980 o un poco después, tenemos cierta sensación de que la Guerra Fría se congeló demasiado pronto. No nos dió tiempo de asimilar el tiempo en que vivíamos, La era Thatcher/Reagan/Gorvachov se vino abajo muy rápido y aún no éramos adolescentes, no nos dio tiempo de añorar con zaña esa hecatombe nuclear que jamás llegó. (Aunque si vivíamos en México, como suele suceder, la realidad nacional y sus crisis pesaban demasiado como para comprender el contexto internacional).
Luego vino la segunda Era, la de Liberación, que no por ello estuvo exenta de dificultades y trastornos. Asistimos de la noche a la mañana al derrumbe del bloque comunista y entonces reinó el capitalismo, el neoliberalismo, el posmodernismo y todos los -ismos. El orbe se globalizó y los enemigos del mundo se dispersaron, por un instante.
Fue también la Era del Abismo. Y en ese entonces, me hallé a mí mismo. Los hitos de esa época se convirtieron en los mitos de mis días... Del Grunge al Brit Pop, de Morrissey a la melancolía.
Y entonces, en 2001, arremetió de golpe una Tercera Era, que aún continúa sin un epítome específico. Algo simbólico se derrumbó en el mundo y un artilugio apareció en el mío.
En dicha era no existen límites más allá del Ser Humano, ni siquiera los que Nietzsche o K. Dick -por mencionar a dos dilectos- hubiesen podido concebir.
Si por un instante fuimos unos románticos del caos, y luego del vacío, ahora lo somos del destino. Hemos creído en todo, y ya no hay nada en qué creer.
Por eso estamos ansiosos de conocer nuevos relatos, aunque sean los de noticieros.
Hace casi cinco años despertamos atendiendo a las noticias sobre Nueva York, hace cuatro sobre Afganistán, hace tres sobre Iraq... Hace dos en Madrid y el año pasado en Londres. ¿Este año en dónde serán?
Y si por suerte (aún no sé si por buena o mala), nos da por escribir, y nos nutrimos leyendo a Houellebecq y a Jelinek, ¿qué relatos engendraremos?
Los que aborden el falocentrismo, la omnisexualidad y la exquisita melancolía encaminada hacia niveles enfermizos de fobia social.
Demos gracias por ello.
Con suerte, esta noche se nos acaba el mundo y se lleva a la Luna entre los pies.