miércoles, abril 26, 2006

En el puente peatonal.

Me encuentro erguido en el punto medio de un puente peatonal, mirando al vacío: justo bajo mis pies se interceptan dos de las avenidas más transitadas, principalmente por trailers y vehículos de carga, aquellos que te trituran los sesos al menor contacto con sus polvorientas llantas. Es una hora de tráfico dinámico y no hago sino pensar de un modo urticante en cuántos segundos tarda un cuerpo en caer desde este lugar. Más aún, ¿en qué momento de la caída el cuerpo pierde la conciencia? ¿Qué tan atinado sería al calcular la distancia apropiada para lograr un mejor impacto?

Bajo estas condiciones, los cinco metros y veinte centímetros que se levantan entre el asfalto y este punto, ¿me aseguran una muerte segura? ¿O tendré que sobrevivir después de una serie de críticas estadías en hospitales y centros terapéuticos de rehabilitación tan sólo para seguir hastiándome de subsistir en esta lánguida existencia?

Viro la mirada y observo dos pequeñas cruces que se yerguen sujetadas a la baranda; esto me desanima un poco: sea cual fuere el resultado de mi plan, el acto perdería todo sentido de originalidad. (Aún así, las cruces dan testimonio de que los intentos previos fueron consumados con éxito). Llevo varios meses viviendo aquí y estoy harto, frustrado, hasta cierto punto desequilibrado. No soporto más esa sensación de opresión sobre mi pecho, ese cúmulo de angustia que no me deja tranquilo. Súbitamente me agito, salgo a caminar durante horas y horas por la ciudad —como lo hice esta mañana— y al fin me detengo, en cualquier paraje que se antoje exquisito para evadirme de la realidad.

He vivido veinticinco años y bien podría profetizar qué me deparan los próximos veinticinco, que en mi caso, son utópicos: tendré que despertar cada mañana respirando con ansiedad. Tras cada mañana sucederá una tarde, durante la cual seguramente continuaré sintiéndome una sabandija surreal en un mundo tan frívolo y mediocre. Caminaré por calles amplias y polvorientas que nunca terminan, y después caerá una noche, en la que escribiré relatos que a pocos importarán. Qué suplicio.
Entre las montañas soplarán vientos cada vez más tóxicos, y conforme pasen los años, acrecentaré mi nostalgia por los tiempos del futuro que no habré de presenciar...

Pensamientos así me aturden de un modo desordenado mientras pierdo la mirada en un punto cualquiera del asfalto; una mujer de cabello cano se aproxima cruzando el puente peatonal y me pregunta la hora; diviso el reloj: son las cuatro y media de la tarde.

Doy unos pasos y luego me detengo. Maldición, estoy bloqueado. Saco el último de los cigarros mentolados que guardaba celosamente en la mochila y comienzo a fumarlo sin paciencia. Una pipa de combustible se aproxima. ¿Cuánta melancolía necesita acumular un ser humano para sentirse libre? Observo el trayecto de la pipa, debe acercarse a unos noventa kilómetros por hora, cuando menos. Cierro los ojos... Y al final sólo silencio.

Es lo único que queda.

En la vida hay dos clases de días:
los que son malos y los horribles.
El de hoy fue horrible.

domingo, abril 23, 2006

Donde moran las sombras.

¿Te has puesto a pensar cuán dañinos y lacerantes pueden ser los rayos luminosos cuando eres una sombra?

Y sin embargo, sólo así logras valorar a la oscuridad por lo que es, por lo que aporta, porque eres su cómplice y se ha convertido en tu realidad. Porque provee de significado a tu existencia en los rincones de la conciencia, en las noches insomnes de confort aparente, en los parajes oníricos de estos largos días calurosos...

Piensa en la oscuridad más recóndita que puedas concebir, ya sea en lo profundo de una grieta o en un punto perdido del Universo, fuera del alcance de la memoria... ¿Quién habita en ese lugar?

No se me ocurrió pensar que alguna vez cumpliría 26 años. Y ahora que casi los tengo, no soy capaz de sentir, no logro emocionarme más allá de unos segundos. ¿En qué momento dejé de cautivarme por respirar, y todo lo que eso conlleva? Quizás sea porque en realidad cumplo muchos, muchísimos años más.

Estos días vienen a mí cargados de un sentimentalismo inquieto que se preocupa, en vez de ocuparse, por la pérdida de las emociones. De repente, el Tiempo vuelca mi mente y me traslada en cuestión de segundos a lugares y situaciones olvidados, inéditos o imposibles.

Sucedió ayer por la noche, en la fiesta electro/acústica del bar.

Cientos de rostros y cuerpos, entre amigos de siempre, compañeros frecuentes y desconocidos desfilaban frente a mí. Y en medio de la nada, sentía la agonía. ¡Cuántas ganas de gritar, de conocer a alguien, besar y ser lúbrico, como sucedía en otro tiempo! Pero no, simplemente no. Las emociones se ausentaron.

¡Todo es tan patético cuando eres una sombra! Tu vida cobra sentido pero en cambio, las vidas ajenas lo pierden.

Ni siquiera presté atención a la banda ni a los DJ's, aunque los tuve a escasos metros. Mi mente se convirtió en un cóctel de flashbacks y flashdreams: al año 2000, 2001, 2003 y 2004.

Luego por alguna razón, se detuvo y trajo a mí la letra de 'Don't fear the reaper', de los setenteros Blue Oyster Cult,

"All our times have come
Here but now they're gone
Seasons don't fear the reaper
Nor do the wind the sun or the rain..."


Y de inmediato pensé en Ville Valo, en lo buena que resultaba su versión con HIM, y en todas las canciones que incluía ese album de covers, es más, recreé a Ville Valo con todo y su voz perfecta susurrando desde algún punto entre la gente, y luego cantando Don't fear the reaper.


Y en uno de esos jirones, volví a la inmediatez de mi realidad: todo aquello que me emocionó por fracciones de segundo, no existía.


Aunque el Sol se muestra radiante por estas fechas, a algunos sólo nos extiende su velo de escozor. Ansío con premura la época estival.

domingo, abril 16, 2006

La muerte de Dios.

"Jesus died for somebody’s sins...
But not mine."
Patti Smith, Gloria.

El fulgor que desató en ciertos círculos religiosos la reciente aparición del Evangelio de Judas, luego de unos 1,700 años extraviado u oculto, me provoca una sensación de 'estupor espiritual a conveniencia'.

Por un lado, me parece bastante jocosa la ingenuidad de varios pregoneros (católicos, en su mayoría) al considerar el documento histórico como parte 'de un plan premeditado para confundir y extraviar a los cristianos.'

¿Acaso para eso no existe ya la Iglesia Católica? Más aún, siendo ecuménicos y fraternales por un instante -como el profeta nazareno-, ¿Acaso no existe para eso cualquier Iglesia Cristiana?

Lo interesante y quizás propositivo del asunto es que, aunque sea durante unas semanas, mientras las facciones ultraconservadoras cristianas logran silenciar el caso, los medios fijan su atención en un tema más de moda, o Irán hace un berrinche atómico, (lo que suceda primero), continúan circulando exquisitos temas heréticos en el ambiente. Por un instante, términos como 'evangelios apócrifos', 'esenios' y 'gnosticismo' han salido de las Bibliotecas Históricas que pocos frecuentan hoy en día y se han incorporado a la conciencia colectiva.

Quienes desde hace años atrás nos internamos en la senda del gnosticismo, leímos los libros de Nag Hammadi, los de Qumram, el Libro de Enoch y otras prominentes fuentes narrativas (cuyo valor radica precisamente en serlo, no en respetar u ofender determinada tradición dogmática que de inicio es contradictoria y pueril), celebramos que se conozcan dichos testimonios, que se cuestionen, se interpreten, se ponderen y se diluciden. Que cada interesado conozca de primera mano dichos documentos.

Y sólo así, con suerte, pueda llegar a entender por qué la versión alternativa de cualquier relato puede llegar a considerarse herética e incluso, 'peligrosa'.

O qué, ¿no es más congruente creer en un Jesús -concibiéndolo como mero personaje histórico, como judío visionario, como líder espiritual, y no como Salvador Mesiánico ni todas esas interpretaciones tendenciosas y deformadas- que obliga a uno de sus discípulos a traicionarlo, en vez de uno que le anticipa su desgracia eterna?

¿No es más fiable un Jesús que predica "Parte un madero y allí estoy yo, levanta una piedra y me encontrarás"? y el que sentenció "Por lo que a mí se refiere, si ustedes supieran lo que era... Yo soy la Palabra que hizo bailar a todas las cosas y no me avergoncé de ello. Fui yo quien brincó y danzó. Amén."?

Y sobre todas las supercherías, las verdades a medias y la literatura fantástica que plaga a los textos cristianos, tanto a los canónicos como a los apócrifos, ¿no resulta mejor, eficaz e infalible pensar en el Jesús que enunció “El Reino de Dios está dentro de ti y te rodea y Dios no vive en templos de madera o piedra.?

Sea como fuere, resulta cierto que 'no existe peor ciego que aquel que no quiere ver'. Particularmente en México (al ser mi realidad inmediata), este refrán se hace patente. Peor aún, México es un país de ciegos voluntarios. Lo corroboré estos días: atestigué cómo cientos, quizás miles (pero en realidad millones) de fervientes devotos caminaban en solemnes procesiones, rezaban, ayunaban, portaban velas, se arrodillaban ante ídolos de yeso y porcelana, repetían las letanías impuestas hace cientos de años en vez de crear nuevas, escuchaban sermones mediocres de predicadores purpurados, ¡santificaban iconos, representaciones lastimeras de un profeta crucificado hace miles de años!

Y tras atestiguar durante unos minutos dichos montajes curiosos, me percaté de algo: el único ausente era Dios. La idea de Dios ha sido relegada, cuando no aniquilada. ¿Por qué? Porque es más fácil representar a Dios clavado en una cruz, rodeado de cúpulas y reliquias en altares suntuosos, escuchando y obedeciendo a otros Seres Humanos de vestimenta sospechosa y dudosa honorabilidad, que buscándolo y hallándolo en nosotros mismos.


(Para aquellos quienes aún dudaban, este post es una prueba fehaciente de que no sólo escribo sobre semen, melancolía y el fin del mundo. También escribo sobre la degradación espiritual de nuestro Tiempo, entre otras peculiaridades).

jueves, abril 13, 2006

El loco.


Lejos en el tiempo y la distancia.

En uno de los escasos sitios que aún logran apartarse de todo, donde las almas penitentes encuentran regocijo cerca del agua que fluye entre los árboles, observo las estrellas y me ausento.

Justo inmerso en mis pensamientos, me viene a la mente un arcano del Tarot: El Loco, y por alguna razón pienso que no es fruto del azar.

El Loco lleva consigo un fardo, quizás el recuerdo de su existencia, se encuentra dispuesto a internarse en un mundo desconocido (en la iconografía suele ser un abismo, un precipicio, un océano), aunque su fiel acompañante (en este caso, un perro) le advierte que al hacerlo, repercutirá en su devenir.

Sin embargo, no es una carta mala, por el contrario: es sumamente benévola. El loco soy yo, son los espíritus bohemios y absurdos quienes en su sinrazón encuentran paz interna.

Quizás El Loco sea el arcano que defina mejor a nuestros tiempos.

jueves, abril 06, 2006

El Trance.

Un par de vidas,
quince páginas.

Un par de vidas en quince páginas y con ellas, el final de los tiempos. Todo debe suceder de modo ágil y congruente, la tensión debe acrecentarse conforme avanza el relato, allende la angustia, la tétrica oscuridad, las calles exasperadas de tristeza y caos... La melancolía.

El misterio que provoca el confundirse con el Tiempo y luego confundirlo. El llegar a un parque desolado, a una casona derruída, el eternizar una despedida que hace mucho tiempo transcurrió.

La ironía fugaz de las noticias, de los nuevos mitos y del absurdo, de las añejas esperanzas e ilusiones humanas quienes en su afán por conceder sentido a la existencia crearon ídolos y Dioses falsos, gestando batallas y leyendas.

Las criaturas de la noche, la música, un gato gris que trasciende dimensiones. Todos los espectros malditos que andan sueltos en el orbe fueron capaces de sentir alguna vez... Y de querer.

Un último crepúsculo de viento y fuego. En la noche del fin del mundo el viento será púrpura y el fuego será cian. La bóveda celeste proyectará escenas impensables: serán las estrellas colisionando en el Universo.

Espejismos y alucinaciones: en mi vida siempre es medianoche.

Lejos de lo que pudiera pensar el lector, escribir me apasiona, pero además, me perturba. Es como entrar en trance y ser un medium, un intérprete de imágenes, escenas y secuencias que concibo en sueños, en mis ratos de vigilia y ocio, en los viajes de vino y ajenjo y en casi cualquier situación vivida.

Me empeño con esfuerzo por reproducir fielmente y con coherencia todo aquello que concibo, aunque no suele ser fácil. Dado que mis personajes son una suerte de hombres y mujeres ninfómanos, esquizoides, existencialistas, onanistas, bipolares... Suicidas sublimes todos ellos, a veces enfrentarlos presupone un agobio tremendo, impensable.

He ido dejando partes de mí en cada narración.

Y ahora, en quince páginas, dos vidas.

martes, abril 04, 2006

Estados Alterados de Conciencia.

"And one of these nights
You’re gonna show me that you already know
There’s a feast waiting for you
And you’ve never even gotten a taste
It’s later than you think and
A kiss is a terrible thing to waste!"
Meat Loaf, A kiss is a terrible thing to waste.

Cierra los ojos.

Piensa.
Por una vez, el tiempo se detuvo.
Es más... Se fusionó con la eternidad. Ahora no hay 'antes' ni 'después', todo confluye en este preciso instante.

Percibe.
Todo lo que sucede a tu alrededor. El sonido distante del agua que fluye en un caudal cercano, el silbido de los insectos, el espectral juego de sombras que proyectan los arces y los enebros que nos rodean.

Crea.
Un relato para este instante. Luego del crepúsculo sólo nos queda la noche, que por supuesto va muy acorde con nuestro tiempo, en un mundo donde predomina la Oscuridad y la Luz se extingue gradualmente.

Viaja.
Traspólate desde este punto hasta la Finitud. Evoca una canción dilecta (en este caso, A kiss is a terrible thing to waste), retoma el relato del Fin del Mundo y añade esta secuencia, entra en el trance que te perturba, recrea este momento y prolóngalo en tus líneas.

Y luego, siente.
¿Existe algo que otorgue mayor validez a este momento? No.
Le infundiste vigencia a tu vida, grandísimo cabrón. Caminaste bien acompañado unos tres kilómetros hasta que reinó la noche con todo y su luna menguante de Abril. En medio de la carretera, en el trecho más oscuro y solitario, y justo sobre la línea blanca (aquella que divide los carriles), te detuviste, le observaste y sin más, compartiste un buen beso, aquel que libera feromonas, agiliza endorfinas, te estimula, te excita, te erecta y dócilmente te provoca frotar tu cuerpo con el suyo.

Allí, en la carretera. En el punto cero del mundo, sobre la línea que por una vez confabula las historias que se van de las que regresan.

Un beso/Una sucesión de besos ininterrumpidos/Estados Alterados de Conciencia en medio de la carretera.