II.
El Custodio del Fuego
Ciudad de México, otoño de 2006.
Expresado en términos narrativos, El siglo XX resultó ser una sucesión interminable de crónicas viscerales, tragedias sangrientas, dramas insólitos y unas cuantas comedias alucinantes, casi fársicas. Fue un periodo de sombras, escombros y breves bengalas de luz, lanzadas para iluminar las noches más oscuras.
Sin embargo, fue hasta los primeros años del nuevo milenio cuando quedó marcada la impronta de una nueva era, donde los personajes de cada relato constituían simples instrumentos de una gran historia, fútiles herramientas de un narrador, justificados únicamente por la espontaneidad de los instantes y sus circunstancias, que en el tiempo hipermoderno eran demasiado efímeros.
Allí, en una de las millones de esquinas que surcaban la ciudad, metrópoli magnánima del caos y la inequidad en el orbe, aún se mantenían en pie algunas viejas y ruinosas casonas de antaño. Entre las esculturas de Sátiro y Amor, Mercurio, Argos y Doríforo, sus muros y cimientos inclinados esperaban una última oportunidad para sucumbir ante el paso del tiempo.
Al final de una escalera serpenteante se encontraba una puerta blanca, y tras ésta, un relato extraordinario. El otoño transcurría entre arcángeles y sombras, bocetos de pinturas inconclusas, flores color naranja, ecos de almas perdidas y decenas de frases benditas.
Escritos con una emoción inusitada, nuevos párrafos aparecían diariamente en un breviario. Un par de personajes vivenciaban su relato, y en medio de ellos, una gran puerta se entreabría: la de los deseos.
Cada noche, la luna de octubre se conjugaba con el fuego de las velas encendidas en cada habitación, irradiando un resplandor azul hacia cualquier punto imaginable.Miradas, fluidos, secreciones, espasmos... Miles de palabras, millones de estrellas, risas y canciones…
Esos días, ¡hubo tanta magia en el ambiente! Ni los dioses, ni los ídolos, ni los héroes o los arcángeles caídos fueron capaces de comprender por qué sucedió. ¿Qué escondían las paredes inclinadas por el tiempo? Relatos inconclusos, noches de eyaculaciones pérfidas, reencuentros y despedidas, una voz ilusoria aguardando en el silencio... Perversiones.
Existieron instantes infinitos antes de que la puerta entreabierta se cerrara de golpe, extinguiendo el fuego de las velas, y con él, el resplandor azul. Después de fornicar noche a noche con la oscuridad, con los deseos y los cuerpos ilusorios, la única perversión que quedaba en esta vida consistía en abrazar con ternura a la luz de cada amanecer.
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