"Wake up! Say good morning to that sleepy person lying next to you,
If there's no one there, then there's no one there,
but at least the war is over.
It's us - yes, we're back again,
here to see you through,
'til the days end".
Stars, In our bedroom after the war.
Estas tardes resulta de todo punto imposible evadir las emociones agridulces que trae consigo la melancolía. Es un estado anímico tan poderoso que acelera su paso por el mundo, arrastrando consigo todas las entidades y sustancias, tanto tangibles (hojas, espigas, vainas y ramas arborescentes) como etéreas (los recuerdos lastimeros, los susurros de almas en pena que vagan por las noches...)
De modo atípico, el viento del norte -uno de mis contados amigos de vida-, ha azotado en forma constante e intensa a las montañas durantes los últimos días, y si bien es cierto que las mentes más racionales tienen una vasta explicación al respecto -que comprende una terminología con tecnicismos como frente frío, masa de viento polar y efecto del calentamiento global progresivo-, la verdad es que para cierto tipo de personas, el fenómeno obedece más a razones que escapan a los ámbitos científicos, y que encuentran su justificación en historias fabulosas, con toques de esoterismo y panteísmo.
No cabe duda: si el viento del norte ha irrumpido con notable fuerza, nunca antes registrada en esta región, es porque el añejo espíritu del otoño, carga a cuestas al ánima moribunda de los tiempos.
Por esta razón, los sueños de los humanos quienes pernoctamos aquí, (y quizás en otras regiones), se han vuelto tan confusos, casi como alucinaciones padecidas en estado de vigilia.
En realidad, los sueños no son tales:
Son recuerdos del futuro, premoniciones y revelaciones muy antiguas.
Me gusta pensar que octubre es un gran prólogo.
Noviembre habrá de traer, como se ha vuelto costumbre en los últimos años, una serie de acontecimientos inesperados; será como cada año, un mes de viento y fuego.
Muy pronto, los rituales que brindan sustento a los seres humanos habrán de celebrarse, antes de extender un velo de niebla sobre el mundo.
¿Qué queda después de rezar y suplicar, cuando las llamas de las hogueras que encendimos, comienzan a extinguirse y la leña se reduce a cenizas?
Y cuando los cuerpos descarnados se reducen a huesos y polvo...
Y los rostros de quienes portaban sonrisas se convierten en sombras que acechan en la memoria.
Sólo queda el espíritu del otoño, y por supuesto, la melancolía.
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