lunes, diciembre 31, 2007

La víspera: Heaven and Alchemy.

"I'm in love
With the idea of you
In rush reality
Hard to face this deception
This human frailty."
Siouxsie, Heaven and Alchemy.

El año agoniza, y en cierta forma, yo también.

Me gustaría escribir frases sencillas, llenas de satisfacción y optimismo, pero la verdad es que estos días han sido tan difíciles de sobrellevar y tan llenos de pesadumbre, que sólo puedo escribir frases reales "para el mundo real".

Hace exactamente un año escribí la reseña personal de 2006, que terminaba perfilando a 2007 como una gran ventana. Y en efecto, eso fue: una ventana que estalló, quebrando los cristales traslúcidos de mis malas vivencias hasta convertirlos en añicos, salpicando de sangre el interior, que casi estaba vacío.

La verdad es que, haciendo una recapitulación sobre lo que han sido mis 20's -y en el ocaso de los mismos-, no logro hallar una sola satisfacción duradera, a pesar de haber alcanzado, en varios momentos, varias metas profesionales, laborales, académicas, económicas y sociales. Es algo que resulta injusto, lo sé, pues muchas de esas metas fueron difíciles de alcanzar, sin embargo, ahora ni siquiera me importan; es como si todo de reduciese a sentirme terriblemente mal por no haber compartido mis objetivos con nadie, es decir, con esa clase de persona (o personas) con quienes despiertas diariamente y están ahí, a tu lado, o sobre quienes posas la cabeza hasta quedarte dormido tras un día ajetreado en el trabajo, durante algún período de tu vida.

En ese sentido, debo admitir, estos días envidio las emociones que transmiten ciertas líneas de Michael Ende. Sobre todos mis escritores dilectos, incluso aquellos lúdicos, ingeniosos y perversos como J. T. LeRoy, Patricia Highsmith y Henry Miller, anhelo como nunca antes experimentar vívidamente lo que narran las novelas sencillas, como La Historia Interminable:

"Bastián saltó al agua cristalina, se sumergió en ella, resopló, salpicó y dejó que una lluvia de gotas centelleantes le corriera por la boca. Bebió y bebió hasta calmar su sed. Y la alegría lo llenó de la cabeza a los pies, alegría de vivir y alegría de ser él mismo. Porque ahora sabía otra vez quién era y de dónde era.

Había nacido de nuevo.

Y lo mejor era que quería ser precisamente quien era. Si hubiera tenido que elegir una posibilidad entre todas, no hubiera elegido ninguna otra. Porque ahora sabía: en el mundo hay miles y miles de formas de alegría, pero en el fondo todas son una sola: la alegría de poder amar."

Necesito una vida en la cual pueda reírme hasta el cansancio, pero también abrazar. Y besar. Y tener sexo hasta el hastío...

Pero también queriendo,
Por lo que soy.

¿Existe esa vida?

Precisamente, hace algunos días conversaba con Alternatique (uno de mis grandes "aportes de vida" de 2007), sobre cómo la vida se nos escapa y se convierte en viejas fotografías, en postales de otros países, en mails de personas ausentes y en posts de blogs distantes...
En emociones ajenas, a fin de cuentas.

Estos días resultan difíciles de sobrellevar porque todo consiste en ansiar, en anhelar situaciones y personas hipotéticas que están fuera de mi alcance, y una vez más, el otoño terminó. He comenzado a sentir un hartazgo y una apatía generalizada por las circunstancias, los efectos, los detalles y sus consecuencias, es decir, por todo: por la vida misma, por todo aquello que pueda precederla y (sea lo que sea) por aquello que la suceda.

Es algo muy triste, que no conforme, se deja sentir con una molesta opresión sobre el pecho, que martiriza y percute al espíritu.

Pese a todo esto, y con un lánguido atisbo de esperanza, esta noche voy a tener presentes a todas aquellas personas quienes de un modo u otro dieron un poco de sentido a 2007: La mujer sin sonrisa, Samaritana en un lienzo, Biógrafa Chú, Actriz Pandakar, el admirador de Wilde, Alternatique y el Arcano Perdido.

Y sobre todo, voy a pensar en cuánto extraño a uno de mis más grandes amigos de vida: R. el Alquimista, con quien compartí, sin duda, los días más memorables, en la cabaña.

Él tiene razón: durante los últimos siete años hemos dedicado mucho tiempo a recordar vivencias previas, siendo que, con toda seguridad, las mejores se encontraban en esos precisos instantes.

Durante los últimos minutos del día voy a escuchar una canción de este año, a manera de epílogo, testimonio y reivindicación, de una voz y una musa que es bastante representativa para el anecdotario personal: Siouxsie Sioux.

"Heaven and Alchemy
I would catch a star
If you asked me to
But I can't seem to find one
To hold on to...

Heaven and Alchemy..."

lunes, diciembre 17, 2007

Crónica de un encuentro.

"La vida es un espectáculo sucio y triste".
E. M. Forster.

Atardecer en la Capital, millones de personas caminando por las calles, inmersos en el vaivén de la vida cotidiana, donde los "datos duros" (es decir, noticias sobre tiroteos en la vía pública, cuerpos decapitados encontrados en contenedores de basura y fetos deshechos envueltos en andrajos), amenizan los titulares del periódico vespertino... La vida cotidiana sigue su curso, la vida de todos y de nadie.

Tras salir de la estación, caminé un par de cuadras y entré al restaurante de comida rápida china, en la zona hotelera, que para mí constituye ya una tradición.

Una vez adentro, inmerso en las acciones propias de cualquier comensal, todo habría sucedido de manera rutinaria de no haber sido porque ocurrió uno de esos hechos inesperados que llegan a influir en decisiones importantes.

Todos los asientos del establecimiento estaban ocupados, excepto uno: el que se emplazaba frente a mí.

Entonces un sujeto se acercó y preguntó si podía sentarse, ante lo cual asentí.

Una vez teniéndolo de frente, observé con discreción su silueta, su porte, su semblante: cada rasgo suyo tenía la marca de la experiencia, y cada gesto irradiaba una sensación de seguridad. También me observó, por supuesto, y transcurridos varios minutos, rompió el silencio que imperaba en nuestra mesa.

—¿Eres de aquí? —Preguntó, con un acento inusual, entrecortado.
—No. Contesté. Estaré sólo unos días.

La intriga sobre su acento y sus facciones me llevó a cuestionar su origen, ante lo cual, respondió,
—Soy de un país pequeño de Europa, cercano a Grecia.

Su forma adusta -y un tanto ingenua- de responder, removió aún más mi curiosidad:

—¿De dónde? ¿Macedonia? ¿Montenegro? ¿Serbia? —Le interrogué—.
—De Albania.

—¡Claro, Albania! —Repuse, como si hubiese resuelto un puzzle.

Él esbozó una sonrisa espontánea y a partir de ese momento entablamos una conversación relajada, que se prolongó por más de dos horas. Dos horas en que M. (su nombre real es un dato que no deseo compartir), relató buena parte de su vida, como su travesía de Albania a España, donde aprendió la lengua, su anhelo por conocer América y la serie de peripecias hasta llegar a México, los arrestos que padecieron varios integrantes de su familia cuando él era pequeño, la incipiente democracia de su país y la inestabilidad de los Balcanes... En fin, una serie de temas con múltiples aristas.

M. llevaba consigo una valija, y según dijo, tenía poco tiempo de radicar en este país, "pero aquí había encontrado lo que buscaba: un sitio en dónde comenzar de cero".

Por un instante, anhelé ser M., pero también reflexioné sobre mi realidad, y la causa que me llevó a la Capital.

Imaginé cómo sería mi vida allí, ante una oportunidad factible. Me vi en una oficina minimalista, dentro de un edificio enorme. Sentado detrás de una mesa editorial, con vestimenta formal, entrevistando a empresarios y políticos... Con quienes nada tengo en común y ante quienes tendría que fingir de nueva cuenta una actitud ecuánime y entusiasta. Me vi llevando —otra vez— ese "estilo de vida" que a muchas personas a mi alrededor haría felices, pero que a mí no me importa, en absoluto.

En ese momento deseé tener una vida como la de M., con la libertad, una valija y la voluntad para dejar todo atrás y comenzar de cero, a muchos kilómetros de distancia...

Y sin más, nos despedimos.

Sobrevino un silencio solemne y dijimos adiós. Nos deseamos buena suerte, nos dimos un par de abrazos sinceros y estreché su mano con firmeza, como queriendo prolongar la energía benéfica del encuentro.

Quién sabe, quizás su valija tenía espacio para cargar con el recuerdo de esa charla, o quizás no. (En cualquier caso, no es asunto mío).

Ya estando en la banqueta, afuera del restaurante de comida rápida china, caminamos hacia direcciones opuestas.

Yo no volví la vista hacia atrás.


Temí ver cómo se alejaba,
y extrañarlo.

martes, diciembre 11, 2007

La Historia, un viaje (y mi vida).

Detesto diciembre.
(Por eso escribo muy poco).


"Oh Mother, I can feel the soil falling over my head

And as I climb into an empty bed
Oh well. Enough said.
I know it's over -Still I cling
I don't know where else I can go
Oh ...

Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
See, the sea wants to take me
The knife wants to slit me
Do you think you can help me?"
The Smiths, I know it's over.

Mi último viaje por La Gran Ciudad vino a remover y crispar una serie de experiencias y recuerdos que creía ya olvidados. Reviví, por citar un ejemplo, el hecho de caminar por las principales calles y avenidas del Centro Histórico, poco después del ocaso. Hasta hace algunos meses me abordaba una sensación de algarabía y magnificencia al hacerlo. Tenía la oportunidad única de discurrir por sitios históricos donde millones de relatos trágicos, alegres, íntimos y públicos sucedieron durante el decurso de los siglos. Y en cada paso, iba pensando que cada calle, cada edificio, cada iglesia y cada esquina guarda una historia, que en conjunto, narran la Gran Historia de esta nación. Es más, con un poco de imaginación —y en el supuesto caso de que hubiese tenido la voluntad y el tiempo para hacerlo—, pude haber creado un relato.

Para tal fin, habría pensado en algún personaje histórico cuya vida me apasionase bastante como para desarrollar un argumento, mezclando hechos verídicos con ficción… Agustín de Iturbide, por ejemplo. Habría indagado sobre los días del imperio efímero de 1822, estructurando una trama que comenzara con el día de su solemne coronación y terminara con su fusilamiento, y como epílogo, habría mencionado la posterior inhumación de sus restos en una urna de cristal, que aún reposa en la Catedral Metropolitana a la vista de todo el público, al igual que su trono…

Pero no lo hice (y no lo haré).

Estoy cansado de esos relatos. Y sencillamente, estoy cansado de este país.


O más bien, estoy cansado, y eso es todo.

Esta última ocasión estuve allí, de nuevo, como sucedió diariamente durante varios meses. Estuve allí y no sentí nada. Nada nuevo, ni épico, ni grandilocuente. La magia del viento se convirtió en un tedio más de la vida cotidiana.

Hubo un momento, erguido en la esquina donde confluyen las avenidas Juárez y Eje Central, a unos metros del Palacio de Bellas Artes, el Sanborns de los Azulejos y la Torre Latinoamericana, (y que curiosamente suelo asociar con Agustín de Iturbide por los grabados del siglo XIX que reproducen la entrada triunfal del Ejército Trigarante en 1821, en el mismo sitio), en que comprendí y asimilé de golpe la realidad de mi país, de mi patria, de mi gente. Vi miles de personas atribuladas, caminando de prisa y sin sentido, vi una desigualdad abismal, desorden, soberbia e ignorancia, caos y miseria, opulencia e indigencia. En unos cuantos segundos, presencié la realidad de México y de América Latina.

Y ya no quiero ver más.

Crecí en este país y estoy orgulloso de su legado cultural, su folclore, sus costumbres y sus tradiciones. He tenido la oportunidad de apreciar su historia y verificarla en mis raíces.

Pero ahora simplemente estoy cansado. (Harto, agobiado).

Quiero virar la mirada hacia una parte del mundo donde el folclore y las costumbres son distintas.

Estas últimas semanas me he autoevaluado bastante, en múltiples sentidos. Pienso, por ejemplo, que si por lustros no hubiese cuestionado ni puesto en tela de juicio las creencias preconcebidas sobre Dios y toda esa parafernalia religiosa barata que tan bien se presenta en México, quizás habría resultado fácil y muy cómodo hallar un poco de paz interna.

Pero no fue así. Elegí la opción de creer en un Dios místico, agnóstico, plenipotenciario y manifiesto en la naturaleza de cada ser viviente, y con ello, elegí el camino de ser una ínfima partícula de Dios, abarcando mi principio y mi final.

Y por tanto, me tomó un poco más de tiempo hallar mi punto de equilibrio (que nunca fue otro sino la propia paz interior).

De forma similar, pienso que si no hubiese experimentado, pensado, sentido, visto, leído y escuchado tanto, sería un poco feliz, o mejor dicho, “un feliz despreocupado”, como toda esa gente que cada tarde se sienta frente al televisor a ver telenovelas, mientras ríen y lloran; como quien acude a misa cada domingo y así satisface sus ingenuas ansias de creer en cualquier superchería; como quien se emociona cuando asiste a bodas, bautizos o quince años. O como quien ve un partido de football y se apasiona mientras agita su bandera…

Pero no soy así, no puedo remediarlo.

Y no habría razón de remediar nada si en el fondo, estuviera satisfecho con la vida que llevo aquí. Pero no es así. No estoy satisfecho y por tanto no logro alcanzar un estado en el cual pueda expresar que “soy feliz”.

Con esto quiero dejar muy en claro un concepto: el de “ser infeliz”.


Se ha trivializado tanto esa idea, de las formas más melosas y absurdas, que realmente resulta difusa y a menudo es mal comprendida. Ser infeliz no tiene que ver del todo con los momentos “lánguidos” del Ser Humano, como la soledad o la tristeza —porque incluso estas sensaciones son legítimas y pasajeras, y constituyen puntos esenciales en el proceso de crecimiento y madurez—. No es a esto a lo que me refiero.

Ser infeliz tiene que ver con la carencia de motivaciones, anhelos, metas y proyectos de subsistencia… Ser infeliz se refiere a la falta de ganas por vivir.

Ser infeliz es un estado anímico horrible: es perder la fe en todo, comenzando por uno mismo.

Ser infeliz es lastimarse en cualquier aspecto, de cualquier forma.

Últimamente traigo a colación vivencias que me laceran, de añejos rostros y cuerpos bien conocidos, pero ausentes, pertenecientes a otro tiempo y lugar. Cada vez que los veo me hacen pasar un mal rato. Estoy seguro que si tuviese emociones válidas y vigentes en qué ocuparme, no perdería el tiempo pensando en esos rostros y cuerpos ausentes.

Pero no las tengo. Y lo que es peor: no logro hallarlas.

Nunca me da la gana expresar lo mal que me puedo llegar a sentir, pero por ahora, he hecho una excepción.

¿A dónde se han ido todas esas emociones?
Ya no están más en las esquinas, ni en las casonas, ni en los besos, ni en los orgasmos… Todo se ha convertido en un vacío, y eso es algo muy triste.

Es quizás una de las sensaciones más tristes que un ser humano puede experimentar, pues tengo 27 años y ya soy muy viejo. No soy capaz de emocionarme en mi país ni con mi gente. No me bastan. Me he agotado tanto, que ya no me queda nada por sentir. En verdad es algo muy triste y aunque éste sea un párrafo más en el maremagnum de los párrafos y los textos que se escriben diariamente, conlleva una verdad abismal, que duele y punza. Es como si algunos seres humanos estuviésemos rellenos de espinas y púas que de repente se agitan, colapsan unas con otras, se astillan y estallan, y duele mucho.

Duele no tener ilusiones en este país,
duele estar cansado, agobiado.

Duele no tener siquiera la destreza y
la pericia para escribir con elocuencia.

Duele que no existan palabras para expresar
cuán cruel y mórbido resulta ser el propio dolor.

Duelen las cicatrices,
en específico una.

Si no hubiese sido tan intenso y honesto la primera vez… Pero lo fui. Y después de aquello me quedé vacío.

Para mí todos estos años han sido agrestes en varios aspectos.

Si gustan, pueden contarme qué se siente vivir en otra parte. Háganlo por favor.
¿Qué se siente salir a la calle en una tierra que no es la tuya, y perderte en la colectividad de un sinfín de culturas?
¿Qué se siente despertar con otra persona durante varias semanas, y que el tiempo deje de importar porque comienzas a compartir tu mundo?
¡Eso mismo!
¿Qué se siente compartir tu mundo con alguien más?
¿Es como el primer trago de ajenjo o el primer sorbo de vino?
¿Es como observar el firmamento e identificar a las constelaciones?
¿Es como escuchar la voz de Brett Anderson, Morrissey o Chris Cornell, cuando estás teniendo sexo?

¡Dios!, He vivido todo esto… Pero lo he vivido solo.

Ahora quizás puedan imaginar lo doloroso que es ser infeliz.

Quiero caminar en la nieve y perderme en los ojos de alguien más.
Quiero hacer el amor porque ya no recuerdo qué se sentía.
Quiero hacerlo bajo la Aurora Boreal.

Y a la mañana siguiente, quiero escribirlo en mi Breviario, y compartirlo.

Quizás parezca lo más “pueril” del mundo, como una imagen de esas triviales postales navideñas, con palabras como “bonito” y “dulce”, que en realidad no definen ni explican nada para quienes hemos padecido esta vida.

Pero aún así, parezca lo que parezca,
yo elijo esa vida.

Elijo una vida en donde pueda morir muy pronto,
Pero antes, donde pueda ser feliz.

Con una vez basta.

Ya para finalizar, —retomando el hilo histórico de este post—, me parece bastante acertado citar una frase del propio Iturbide, proclamada el día de la Consumación de la Independencia, en su discurso inaugural:

“Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres.
A vosotros toca señalar el de ser felices”.

Y curioso es también, que para algunos sujetos como yo, tal modo no pueda hallarse en esta nación.

sábado, diciembre 01, 2007

Bonnie Tyler: Entre recuerdos selectos y gustos bizarros.

Existen determinados recuerdos que se almacenan en “archivos selectos” de la memoria humana. Estos recuerdos no forman parte de “grandes momentos inolvidables”, ni de los que nos abruman varias veces en un día, no.

Me refiero a cierto tipo de vivencias aparentemente intrascendentes, que por alguna razón, quedan grabadas en un espacio recóndito y por poco, podrían caer en el olvido… Si no fuese porque en fechas posteriores algún olor, imagen, sonido o sensación los “extrae” de su escondite y los “refresca”. Justamente en estos días he pasado por algo así.



Buscando imágenes de discos de vinilo en Internet, me topé con uno que de inmediato me trasladó a un pasaje distante, en algún momento de los primeros años Ochenta:

Tenía cinco o seis años y estaba de visita en la casa de algunos conocidos de La Mujer sin Sonrisa. Me encontraba sentado sobre el piso, en cunclillas, y revisaba uno a uno los discos que estaban acomodados verticalmente en una especie de mueble-tornamesa color caoba con grandes bocinas cuadradas (un artefacto común en esa época). Algunos en especial llamaron mi atención: mostraban a una mujer a bordo de un automóvil amarillo, dentro de las facetas de un diamante (¡!) —, recuérdese aquella frase célebre de que en los Ochenta nada tenía sentido”—, y con el rostro en primer plano sobre un fondo negro.

Más aún, recuerdo el olor a cartón de las envolturas, así como haber desenfundado uno —con la debida caución para no rayarlo— y colocarlo dentro del tornamesa. Incluso puedo rememorar el hiss, aquel sonido rasposo que producía la aguja sobre los discos de vinilo; pero sobre todo, recuerdo de modo inalterable un aspecto: la inconfundible voz de Bonnie Tyler.


Era una voz muy singular, desgarrada, áspera y potente. Y al menos, eso sí trascendió, pues por más de dos décadas, y a pesar de que sea un referente casi desconocido para la mayoría de las personas con quienes convivo por ahora, la continúo escuchando. Es una lástima que en América sólo se le recuerde por dos o tres temas (que lograron colarse en los charts de aquellos años) y de entre estos, porque Total Eclipse of The Heart, indiscutible clásico de los 80’s, tuviese uno de los videos más extravagantes e irreverentes que jamás se hayan realizado.

Pero la galesa Bonnie Tyler tiene varias grabaciones que merecen ser revaloradas, y que abarcan desde un sonido country, blues, disco y pop de finales de los años Setenta —It’s a heartache, Lost in France, More than a lover, Goodbye to the island, Sitting on the edge of the ocean, The world is full of married men— a verdaderas “obras maestras ochenteras”, como las canciones que compuso y le produjo Jim Steinman —Total Eclipse of the Heart, Lovin’ you’s a dirty job (but somebody’s gotta do it), Ravishing, Faster than the speed of night, Making love (out of nothing at all)— e incluso algunas rarezas, como un tema con Mike Oldfield (Islands), con Meat Loaf (A kiss is a terrible thing to waste) y con Cher (Perfection).

Supongo que muchas personas tienen esos “chispazos” de los recuerdos selectos que luego se convierten en gustos bizarros. Y ahora que lo pienso más a fondo, es curioso cómo suelen estar relacionados con insignes voces femeninas reconocidas en otro tiempo: por ejemplo, Nick Cave tiene a Marianne Faithfull, Michael Stipe a Patti Smith, Neil Tennant a Dusty Springfield, Morrissey a Sandie Shaw, Jack White a Loretta Lynn, Jean Marc Vallée a Patsy Cline, Pedro Almodóvar a Sara Montiel… Y la lista podría seguir con un largo etcétera.

Pues bien, yo tengo entre mis recuerdos selectos a las portadas de los discos de vinilo, y entre mis gustos bizarros, a Bonnie Tyler.