martes, diciembre 11, 2007

La Historia, un viaje (y mi vida).

Detesto diciembre.
(Por eso escribo muy poco).


"Oh Mother, I can feel the soil falling over my head

And as I climb into an empty bed
Oh well. Enough said.
I know it's over -Still I cling
I don't know where else I can go
Oh ...

Oh Mother, I can feel the soil falling over my head
See, the sea wants to take me
The knife wants to slit me
Do you think you can help me?"
The Smiths, I know it's over.

Mi último viaje por La Gran Ciudad vino a remover y crispar una serie de experiencias y recuerdos que creía ya olvidados. Reviví, por citar un ejemplo, el hecho de caminar por las principales calles y avenidas del Centro Histórico, poco después del ocaso. Hasta hace algunos meses me abordaba una sensación de algarabía y magnificencia al hacerlo. Tenía la oportunidad única de discurrir por sitios históricos donde millones de relatos trágicos, alegres, íntimos y públicos sucedieron durante el decurso de los siglos. Y en cada paso, iba pensando que cada calle, cada edificio, cada iglesia y cada esquina guarda una historia, que en conjunto, narran la Gran Historia de esta nación. Es más, con un poco de imaginación —y en el supuesto caso de que hubiese tenido la voluntad y el tiempo para hacerlo—, pude haber creado un relato.

Para tal fin, habría pensado en algún personaje histórico cuya vida me apasionase bastante como para desarrollar un argumento, mezclando hechos verídicos con ficción… Agustín de Iturbide, por ejemplo. Habría indagado sobre los días del imperio efímero de 1822, estructurando una trama que comenzara con el día de su solemne coronación y terminara con su fusilamiento, y como epílogo, habría mencionado la posterior inhumación de sus restos en una urna de cristal, que aún reposa en la Catedral Metropolitana a la vista de todo el público, al igual que su trono…

Pero no lo hice (y no lo haré).

Estoy cansado de esos relatos. Y sencillamente, estoy cansado de este país.


O más bien, estoy cansado, y eso es todo.

Esta última ocasión estuve allí, de nuevo, como sucedió diariamente durante varios meses. Estuve allí y no sentí nada. Nada nuevo, ni épico, ni grandilocuente. La magia del viento se convirtió en un tedio más de la vida cotidiana.

Hubo un momento, erguido en la esquina donde confluyen las avenidas Juárez y Eje Central, a unos metros del Palacio de Bellas Artes, el Sanborns de los Azulejos y la Torre Latinoamericana, (y que curiosamente suelo asociar con Agustín de Iturbide por los grabados del siglo XIX que reproducen la entrada triunfal del Ejército Trigarante en 1821, en el mismo sitio), en que comprendí y asimilé de golpe la realidad de mi país, de mi patria, de mi gente. Vi miles de personas atribuladas, caminando de prisa y sin sentido, vi una desigualdad abismal, desorden, soberbia e ignorancia, caos y miseria, opulencia e indigencia. En unos cuantos segundos, presencié la realidad de México y de América Latina.

Y ya no quiero ver más.

Crecí en este país y estoy orgulloso de su legado cultural, su folclore, sus costumbres y sus tradiciones. He tenido la oportunidad de apreciar su historia y verificarla en mis raíces.

Pero ahora simplemente estoy cansado. (Harto, agobiado).

Quiero virar la mirada hacia una parte del mundo donde el folclore y las costumbres son distintas.

Estas últimas semanas me he autoevaluado bastante, en múltiples sentidos. Pienso, por ejemplo, que si por lustros no hubiese cuestionado ni puesto en tela de juicio las creencias preconcebidas sobre Dios y toda esa parafernalia religiosa barata que tan bien se presenta en México, quizás habría resultado fácil y muy cómodo hallar un poco de paz interna.

Pero no fue así. Elegí la opción de creer en un Dios místico, agnóstico, plenipotenciario y manifiesto en la naturaleza de cada ser viviente, y con ello, elegí el camino de ser una ínfima partícula de Dios, abarcando mi principio y mi final.

Y por tanto, me tomó un poco más de tiempo hallar mi punto de equilibrio (que nunca fue otro sino la propia paz interior).

De forma similar, pienso que si no hubiese experimentado, pensado, sentido, visto, leído y escuchado tanto, sería un poco feliz, o mejor dicho, “un feliz despreocupado”, como toda esa gente que cada tarde se sienta frente al televisor a ver telenovelas, mientras ríen y lloran; como quien acude a misa cada domingo y así satisface sus ingenuas ansias de creer en cualquier superchería; como quien se emociona cuando asiste a bodas, bautizos o quince años. O como quien ve un partido de football y se apasiona mientras agita su bandera…

Pero no soy así, no puedo remediarlo.

Y no habría razón de remediar nada si en el fondo, estuviera satisfecho con la vida que llevo aquí. Pero no es así. No estoy satisfecho y por tanto no logro alcanzar un estado en el cual pueda expresar que “soy feliz”.

Con esto quiero dejar muy en claro un concepto: el de “ser infeliz”.


Se ha trivializado tanto esa idea, de las formas más melosas y absurdas, que realmente resulta difusa y a menudo es mal comprendida. Ser infeliz no tiene que ver del todo con los momentos “lánguidos” del Ser Humano, como la soledad o la tristeza —porque incluso estas sensaciones son legítimas y pasajeras, y constituyen puntos esenciales en el proceso de crecimiento y madurez—. No es a esto a lo que me refiero.

Ser infeliz tiene que ver con la carencia de motivaciones, anhelos, metas y proyectos de subsistencia… Ser infeliz se refiere a la falta de ganas por vivir.

Ser infeliz es un estado anímico horrible: es perder la fe en todo, comenzando por uno mismo.

Ser infeliz es lastimarse en cualquier aspecto, de cualquier forma.

Últimamente traigo a colación vivencias que me laceran, de añejos rostros y cuerpos bien conocidos, pero ausentes, pertenecientes a otro tiempo y lugar. Cada vez que los veo me hacen pasar un mal rato. Estoy seguro que si tuviese emociones válidas y vigentes en qué ocuparme, no perdería el tiempo pensando en esos rostros y cuerpos ausentes.

Pero no las tengo. Y lo que es peor: no logro hallarlas.

Nunca me da la gana expresar lo mal que me puedo llegar a sentir, pero por ahora, he hecho una excepción.

¿A dónde se han ido todas esas emociones?
Ya no están más en las esquinas, ni en las casonas, ni en los besos, ni en los orgasmos… Todo se ha convertido en un vacío, y eso es algo muy triste.

Es quizás una de las sensaciones más tristes que un ser humano puede experimentar, pues tengo 27 años y ya soy muy viejo. No soy capaz de emocionarme en mi país ni con mi gente. No me bastan. Me he agotado tanto, que ya no me queda nada por sentir. En verdad es algo muy triste y aunque éste sea un párrafo más en el maremagnum de los párrafos y los textos que se escriben diariamente, conlleva una verdad abismal, que duele y punza. Es como si algunos seres humanos estuviésemos rellenos de espinas y púas que de repente se agitan, colapsan unas con otras, se astillan y estallan, y duele mucho.

Duele no tener ilusiones en este país,
duele estar cansado, agobiado.

Duele no tener siquiera la destreza y
la pericia para escribir con elocuencia.

Duele que no existan palabras para expresar
cuán cruel y mórbido resulta ser el propio dolor.

Duelen las cicatrices,
en específico una.

Si no hubiese sido tan intenso y honesto la primera vez… Pero lo fui. Y después de aquello me quedé vacío.

Para mí todos estos años han sido agrestes en varios aspectos.

Si gustan, pueden contarme qué se siente vivir en otra parte. Háganlo por favor.
¿Qué se siente salir a la calle en una tierra que no es la tuya, y perderte en la colectividad de un sinfín de culturas?
¿Qué se siente despertar con otra persona durante varias semanas, y que el tiempo deje de importar porque comienzas a compartir tu mundo?
¡Eso mismo!
¿Qué se siente compartir tu mundo con alguien más?
¿Es como el primer trago de ajenjo o el primer sorbo de vino?
¿Es como observar el firmamento e identificar a las constelaciones?
¿Es como escuchar la voz de Brett Anderson, Morrissey o Chris Cornell, cuando estás teniendo sexo?

¡Dios!, He vivido todo esto… Pero lo he vivido solo.

Ahora quizás puedan imaginar lo doloroso que es ser infeliz.

Quiero caminar en la nieve y perderme en los ojos de alguien más.
Quiero hacer el amor porque ya no recuerdo qué se sentía.
Quiero hacerlo bajo la Aurora Boreal.

Y a la mañana siguiente, quiero escribirlo en mi Breviario, y compartirlo.

Quizás parezca lo más “pueril” del mundo, como una imagen de esas triviales postales navideñas, con palabras como “bonito” y “dulce”, que en realidad no definen ni explican nada para quienes hemos padecido esta vida.

Pero aún así, parezca lo que parezca,
yo elijo esa vida.

Elijo una vida en donde pueda morir muy pronto,
Pero antes, donde pueda ser feliz.

Con una vez basta.

Ya para finalizar, —retomando el hilo histórico de este post—, me parece bastante acertado citar una frase del propio Iturbide, proclamada el día de la Consumación de la Independencia, en su discurso inaugural:

“Mexicanos, ya sabéis el modo de ser libres.
A vosotros toca señalar el de ser felices”.

Y curioso es también, que para algunos sujetos como yo, tal modo no pueda hallarse en esta nación.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué tal Iván, Qué pena por el comentario anterior; creo que fué muy extenso y además un poco sobrado.
Debí haber escrito solamente la parte que dice que tu texto es muy autobiográfico.
En fin.. Aunque no lo parezca, eso de ser ególatra aparece solamente cuando escribo -.-
q tengas buen inicio de semana.

Anónimo dijo...

Hola guapo, que intenso eso que escribiste, ademas de honesto. Me encanta cuando la gente puede decir abiertamente que no son felices, aunque al mismo tiempo me apena porque me gustaria que tu realidad fuera otra. Anoche sone contigo y por eso decidi leer hoy tu blog y me encontre con esto. Espero y deseo que algun dia puedas sentir de nuevo todo aquello que se quedo perdido en el tiempo. Te mando muchos besos y abrazos, yo aqui en LA, cambiando de vida, comunicandome con los angeles y conociendo mi alma como nunca antes, el gnosticismo y el kundalini van conmigo en estos dos anos pasados. Ojala pudiesemos platicar algun dia, espero que recuerdes mi e-mail, si no aqui va: ser_34@hotmail.com. Por cierto gracias por escribirle a mi amigo George el Libanes loco. Perdon por la falta de comas pero no las encontre en estos teclados de mala calidad americanos.

Buscador dijo...

Leer la Historia... me recordo algunas cosas vividas, me lleno de una dulce melancolía. Más no de tristeza pues hace no mucho me sentía así, lleno de soledad, mi corazón estaba cansado, lleno de deseperanza. Pero todo pasa. Y no sequita con viajar pues adonde quiera que vayas llevas contigo todos sus sentimientos.Pero algo que auyda y como bien lo relatas es encontrar un punto llamado paz interior.