“Vi transcurrir tantos espléndidos amaneceres
que luego se convertirían en tempestades...”
IvánBarr, Los Amores Perdidos.
que luego se convertirían en tempestades...”
IvánBarr, Los Amores Perdidos.
¿Cuántas veces en tu vida tienes la sensación de que todo aquello que es bueno, apacible, salaz y satisfactorio, ya pasó?
Hace unos cinco años vine a este lugar, una especie de muelle retirado de la mancha urbana en la zona portuaria del Golfo. Cuando lo hice, vivía días muy distintos a estos: carnaval, fiestas de excesos, noches de semen y cerveza.
Ahora acaso queda algo de nostalgia, que junto con la arena, también ha terminado por dispersarse con el viento.
Veinte años atrás en la memoria, cuando apenas y cobraba conciencia del tiempo en que vivía, pocas veces pensaba en el Futuro; es decir, la idea de un ‘Futuro cualquiera’, simplemente no existía. Todo se limitaba a la fugacidad de los instantes demarcados por el Presente.
De haber existido el Futuro, me habría aterrado entonces tal como me aterra ahora. Nunca antes concebí que alguna vez llegaría a tener 25 años y me hallaría en el mismo sitio de hace veinte años y hace cinco, pisando la arena con los mismos pies pero en circunstancias completamente distintas, divisando el mar desde un irrepetible punto sin retorno, en medio de la nada.
Estoy implosionando, desangrándome y gangrenándome por dentro, caminando las mismas calles que alguna vez me hicieron sentir ‘libre’ del mundo (pero es que, ¿puede uno ser libre en el mundo, viviendo en él?), viendo con indiferencia miles de rostros desconocidos, miles de vidas ajenas sin sentido.
Luego veo el mar, sumerjo mis pensamientos esta mañana con la misma cotidianidad con que alguien más sumergió su lengua en las tetas de su mujer o el falo entre las nalgas de su novio.
Pienso en todo aquello que debe estarse agitando en el fondo, en lo profundo del océano. ¿Qué hay allí? ¿Restos de animales muertos… Fierros oxidados… Sueños incumplidos?
Allí estoy yo, desnudo. La salinidad me corroe y al mismo tiempo me regocija con su angustia.
Por tanto, la libertad debe tener cierto sabor salado, al igual que el semen.