viernes, marzo 24, 2006

México, el país guadalupanamente mediocre.

"A la gente le cuesta trabajo vivir, sobrellevar la vida.
Por tanto, solemos depender de los demás
para aligerar la carga de ser alguien."
Douglas Coupland.

Era el año 2006 y la vida se me había muerto mucho tiempo atrás, en los brazos de la melancolía...
Todo lo que daba cuenta de mí eran cenizas y líneas sueltas escritas en breviarios dispersos.

Y a pesar de ello, seguía buscando una mirada desafiante, un espíritu de luz que gimiera y se viniera en la oscuridad del mundo, cuando la noche era eterna y el viento arrasaba consigo todo: las ilusiones, los espasmos, las fobias, las crisis, los ecos y los murmullos de seres dolientes.

Y allí estaba, justo donde siempre había estado: caminando en la calle de una gran ciudad, rodeado de tanta gente que sólo compartía su soledad, dándome la oportunidad de creer en algo, en alguien, aunque fuera en esa idea de que hace miles de millones de años existió un Dios cuyo mayor acierto, entre todos sus errores, fue el de brindar a cada Ser Humano una parte de él, y que en mí siempre se manifestaba como una fuerza creativa/destructiva, como un cúmulo de letras que engendraban frases y frases que engendraban párrafos, y estos a su vez, relatos.

Allí estuve la noche del fin del mundo...que en realidad fue mi vida entera.
Por un momento dudé, pero nunca tuve miedo. Lo que sí tuve fue lástima: de observar a los otros en mi país venerando imágenes y tilmas y creyendo en ideas sosas que se habían esfumado siglos antes.

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