"I just have to know how to be in the process
Of creating things in a better way
And it hurts but it’s a lie that I can’t handle it
I still have a world of me-ness to fulfill
I still have a life, and it’s a rich one even with mourning
Even with grief and sadness..."
Cocteau Twins, Half-Gifts.
Of creating things in a better way
And it hurts but it’s a lie that I can’t handle it
I still have a world of me-ness to fulfill
I still have a life, and it’s a rich one even with mourning
Even with grief and sadness..."
Cocteau Twins, Half-Gifts.
Pasé la tarde sentado en una de las tantas terrazas que dan fe de los amaneceres y los crepúsculos en esta ciudad. (Y es que dicho sea de paso, no hay gran cosa qué hacer aquí). Justamente, la puesta del Sol se presentó rojiza, luego malva y terminó con un fútil carmín descolorido, más dotado de indiferencia que de fulgor.
Sólo una tarde, y con ella una metáfora más.
No tengo idea de cuántas veces escuché "Half-Gifts" de los Cocteau Twins desde la susodicha terraza, (programé la canción en un repeat abrumador), pero efectuando un cálculo aproximado de acuerdo a los cigarros mentolados que fumé, debió sonar continuamente una docena de ocasiones, cuando menos.
La melodía pausible de la canción, cortesía de Simon Raymonde, adicionada con la singular voz de Liz Fraser, resultan perfectas para el momento. Se tatúan en la mente como llagas que supuran, y lo que es peor, supuran solas.
Nadie más a quien conozca en esta jodida ciudad, ni en esta jodida tarde, se concede un momento para escuchar a los Cocteau Twins. ¿Quién supo de ellos, siquiera? ¿Quién despierta un domingo y se larga al Bosque de Niebla solo, a pueblear sin preocuparse por esos 'problemas ficticios' que a fin de cuentas siempre estarán ahí? ¿Quién se durmió alguna de estas noches teniendo sexo, regando semen, tomando vino, y despertó a la mañana siguiente con una ilusión mayor que la del mero placer y la satisfacción física? ¿Quién lee lo que escribo? Y aún más, ¿Quién lo entiende?
Mientras pienso al respecto, doblan distantes las campanas de una Iglesia, las mismas que por años y siglos han dado cuenta del paso del tiempo, de celebraciones suntuosas y fúnebres por igual.
Y sólo me resta anhelar que pronto tañan por última vez en esta jodida ciudad y en este jodido orbe.
Doy media vuelta y me alejo de la terraza, voy a hacer algo más que nadie a quien conozca en esta jodida ciudad hace: observar los cuerpos celestes esta primera noche de primavera.
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