jueves, noviembre 15, 2007
EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (III).
El deceso de la fe
(y una fugaz alegría)
Justo al caminar frente al pórtico de un templo, un hecho insólito acaparó mi atención: veinte personas, cuando menos, quebraban las lozas con picos y mazos. Niños y jóvenes, mujeres maduras y ancianos actuaban con desenfreno, cavando, removiendo la tierra, apartando el escombro, persiguiendo un propósito inaudito, que era el de enterrarse.
Se arrojaban a los nichos improvisados y clamaban ser cubiertos por la tierra. Su increíble ingenuidad los llevaba a creer que aquel subsuelo era sagrado, y que de algún modo, yaciendo allí podían salvaguardar su espíritu de las calamidades inminentes.
Sin embargo, ya era tarde.
Proseguí mi camino con indiferencia hasta internarme en la estación del tren subterráneo, un sitio sumamente parco y gris que día tras día atestiguaba miles de historias de extravíos y despedidas. Allí, en el corazón de lo profundo, intrincadas estructuras de metal y concreto aturdían la visión, impregnando los espacios de una tensión que se verificaba en cualquier elemento, fuesen los rieles gastados, los vagones oxidados o los relojes intermitentes.
Un joven entrado en los treinta años se aproximó. Portaba el cabello relamido, gafas oscuras y un traje gris impecable.
—Disculpe, ¿me podría dar su hora?
—Son las once y diez, —respondí, observando mi reloj de pulso.
—Gracias, es usted muy amable.
Acto seguido, desvié la atención hacia algún punto del suelo. Allí, escondido entre los rieles y las piedras de balasto chillaba un gato pequeño, de unas cuantas semanas de nacido. Fijó su mirada en mi semblante mientras maullaba con intensidad. Cuando me tiré al suelo y extendí un brazo para extraerlo, irrumpió el claxon del tren, provocando que el gatito se escabullera… En unos cuantos segundos, el tren pasó de largo frente a mí.
De modo furtivo, unos cuantos metros adelante, el joven del traje gris se arrojó sobre las vías.
Desconcierto, gritos, conmoción...
(No sentí la menor lástima por él.)
En cambio, una urticante curiosidad por conocer el destino del gatito recorrió mi cuerpo. Con cautela me asomé bajo el tren paralizado…
Y allí estaba, presto a dar un brinco hacia el andén para luego perderse en la zona segura de abordaje.
Sentí gran ánimo por él: tenía ganas de vivir un poco más, y lo logró.
martes, noviembre 13, 2007
EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (II).
El Funeral de los Tiempos
Desperté con sobresalto minutos antes del amanecer.
(Aunque es probable que esto jamás hubiese sucedido).
En mi condición anímica no distinguía entre la realidad y la ficción, ni las horas de sueño y las de vigilia. Me abrumaba la nostalgia, la angustia, el enojo… Nada nuevo. O quizás sí: una tristeza añeja e inaudita.
Una creciente melodía, proveniente de todas partes (y de ninguna) se infiltraba en mi mente, al momento de descorrer la persiana. Entonces me asomé al mundo, como si hubiese sumergido medio cuerpo en un balde de aceite hirviente. Esa mañana, el alba despuntó con matices marrones, siniestros e irrespirables. Afuera, millones de seres seguían muriendo, mientras yo sólo mantenía vigentes los últimos anhelos. Quería concluir el viaje, llegar al sitio donde solíamos encontrarnos y presenciar el Fin, como en el sueño recurrente.
El Tiempo se había vuelto muy confuso, y en sus desvaríos, nos estaba envolviendo a todos. Avizoré el reloj de la plaza central marcando las seis y media de la tarde. Y luego el mediodía. Unos segundos después marcaba la medianoche.
En el ambiente, en medio del caos y la entropía, imperaba la sensación de que al igual que el tiempo, todo terminaría por irse al carajo muy pronto, en cuestión de horas. La sensación se percibía en cualquier circunstancia, en cada pensamiento, en cada mirada. Estaba presente en el sorbo del café, en el humo del tabaco, en el aliento agridulce de un beso ausente, en la erección no compartida.
Contemplé con pericia cada uno de los elementos que se hallaban dispuestos en la habitación: un buró, un cenicero, un televisor, un perchero, un espejo... Objetos del mundo que durante varias épocas dieron origen y atestiguaron miles de historias, y en cambio ahora, carecían de sentido.
La vida es así: al final uno lleva consigo sólo aquello que aprueban la conciencia y la memoria.
Salí del hotel y caminé hacia el centro de la urbe. A mi paso, pude percatarme que las calles lucían hediondas y decadentes; los transeúntes sangraban y se desvanecían. Iban dejando rastros de su inmundicia en las aceras del olvido, impregnando el suelo de color escarlata. ¿Cuán vacías debían estar sus vidas? ¿Las de aquellos quienes en su diario existir no habían aportado sino penurias, mediocridad y miseria?
Los observé con cautela: lucían tensos y preocupados. Quizás cada uno iba derramando su sangre de modo voluntario hasta desfallecer. Otros aceleraban el paso perdiéndose en los tonos grisáceos de la ciudad, mezclando sus días y sus noches con el sin-sentido del Tiempo.
Ya ni siquiera se mostraban consternados por las noticias del mundo. Una marejada de información fluía de modo perturbador cada instante, desde los puntos más inimaginables del orbe: un Papa había salido huyendo de Roma, pisando cadáveres. Se refugió por unas horas en otro continente y días después murió torturado. Occidente se desmoronaba con precipitación, en tanto que las pandemias y la barbarie arrasaban con el hemisferio. Oriente había rechazado la amnistía y se aprestaba a reconfigurar sus frentes de batalla... La guerra continuaría.
Pero lejos de lo que podría pensarse, la guerra y el caos desatado ya no eran motivos de estupor, ni de charla en los sitios públicos, ni de burla, ni de blasfemia. Cuando menos durante un día (sobre todo ése, que podía ser el último) mucha gente intentaba conceder sentido a sus vidas, aquel mismo sentido que se había privado por años.
Y yo había consentido hacerlo, al igual que ellos.
Quedaba claro que el mundo se encaminaba con premura a la aniquilación. Ningún lugar estaba a salvo, ninguno tenía la capacidad para mantenernos seguros, ni vivos... Ni muertos.
A menudo me preguntaba, ¿cuántas ciudades existían en el mundo? Si sólo éramos seres a medio terminar, que buscábamos nuestra esencia complementaria, ¿cuántas calles debíamos recorrer hasta encontrarla? ¿Cuántas historias debían narrarse hasta caer por fin, en un sueño que nunca terminara? ¿Un sueño recurrente podía convertirse en realidad ? Por lo menos una ocasión, después de tanto andar, me hubiese gustado hallar el crucero donde confluían todos los senderos.
Las calles mostraban secuencias perturbadoras de ruido y agonía: autos colisionando en las esquinas, hombres huyendo despavoridos, una anciana pregonando frases absurdas de redención erguida sobre un pedestal... Si por ese entonces alguien hubiese permanecido completamente en sus cabales, no lo habría soportado.
No cabía la menor duda: ante mí, trancurría con demencia magnífica el Funeral de los Tiempos.
domingo, noviembre 11, 2007
EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (I).
Sombras y líneas perdidas
[La nota póstuma]
Melancolía y Tinieblas...
Legiones de sombras se extienden sobre el mundo: flotando, volando, arrastrándose. Surcan el horizonte y se infiltran en las profundidades del mundo, avanzando con premura.
No te lamentes.
Ya no existe el Tiempo tal como lo concebimos, ni tampoco existe sitio seguro alguno. Tendrás que aprender a vivir y convivir con sombras mientras subsistas, cuando camines, cuando cruces nuestros parques con sus lozas partidas, vires la mirada y sean siluetas negras tu única compañía, ocultas, pero siempre presentes en los escondrijos de la memoria.
Pronto las fuentes de esos parques sólo contendrán cenizas, y tu espíritu morará aturdido entre cenizas, también. Durante tus últimos instantes (que podrían parecerte años, e incluso décadas) serás una sombra más, caminando entre mórbidas ausencias, soportando el transcurso confuso de las horas.
Al final, te desvanecerás entre esas sombras, al igual que yo. Estas líneas se perderán y no estarás ahí para leerlas. Llegado el último minuto, serás incapaz de ocultarte en el vacío del orbe. La alfombra brillante te acechará y perpetuará tu imagen en su visión. Quizás, con un poco de suerte, te hará evocar ciertos recuerdos: una noche gélida con miles de estrellas centelleantes, el manto mágico de la aurora, fuego cian, viento malva y los ecos de una melodía que logre estremecerte… Como sucedió una vez.
“The stars that shine
and the stars that shrink
In the face of stagnation
the water runs
Before your eyes…”
jueves, noviembre 08, 2007
¡NOVIEMBRE! Un prólogo.

Durante la Edad Media, se creía que
ESTE BLOG CUMPLE TRES AÑOS.
Durante ese lapso, ha servido como algo más que un simple recurso literario, constituyéndose como un referente personal y un testimonio de vida, almacenando un sinnúmero de vivencias, relatos cortos, conteos musicales, reseñas discográficas y bibliográficas, efemérides astronómicas, así como apreciaciones e interpretaciones de la realidad política, socioeconómica y cultural de la región y el mundo.
Por tanto, durante tres años este espacio se ha erigido como ejemplo, símbolo y señal de todo aquello que me conforma.
Aunque en realidad, mi primer “Breviario” (no en formato digital) surgió tiempo atrás, en el año 2000. Por ese entonces tenía una imperiosa necesidad de relatar lo que vivía, cuando contaba con 20 años… De repente ya tenía 22. Y cuando me percaté, tenía 24. Los años transcurrieron con premura, y con ellos, cada primavera y cada verano apresuró su marcha. No hubo que esperar mucho para el comienzo del otoño (aunque francamente, las últimas temporadas de estío se han vuelto tediosas y monótonas), ni tampoco para noviembre, mi mes dilecto del año.
Cada noviembre, durante los últimos cinco años, he ido escribiendo un relato, retomándolo sobre todo en días lluviosos (porque en mi caso, resultan idóneos para entrar en "trance narrativo"). Contrario a la idiosincrasia de la mayoría, una tempestad otoñal no le resta encanto a la vida, sino al contrario: la vuelve más intensa y emotiva.
El relato en cuestión fue creado a partir de una experiencia verídica. Una herida ácida, que dejó una cicatriz y quedó tatuada. Y comenzó también con un sueño, que por varios lustros se ha vuelto recurrente. Ha sido un sueño tan extraño y complejo como la vida misma, o bajo una óptica superior, como la prehistoria y la historia de nuestra civilización, e inclusive como el origen y la expansión del universo.
Siendo un producto del subconsciente, el sueño carece de lógica y del mínimo sustento científico, lo cual le otorga un toque bastante acorde con nuestro Tiempo; durante el mismo, me hallo flotando, suspendido en algún punto distante del infinito mientras sopla con fuerza el viento cósmico, muy frío, que me transmite una sensación suprema de sosiego.
De modo similar a las imágenes que aparecen en programas televisivos sobre geofísica y astronomía, en mi sueño viajo entre cientos de lunas y planetas, cometas y asteroides… Incluso puedo apreciar, en la lejanía, galaxias enteras, de extrañas formas espiraladas y otras cuyos astros luminosos se unen mediante líneas y curvas rojas, formando símbolos complejos que en estado de vigilia no he logrado recordar, (tal como suele representarse a las constelaciones en los mapas celestes).

La influencia del sueño ha sido tal, que por varios años he dedicado parte de mi tiempo libre a observar el cielo nocturno, como un aficionado que —tras posicionar, calibrar y colimar el telescopio—, se asombra de los sucesos que acontecen en la bóveda celeste.
Desde tiempos remotos, ciertos seres humanos hemos observado las estrellas con distintas pretensiones:
Para comprender la finitud,
Para interpretar el presente y predecir el futuro
Para teorizar el origen y la evolución del Universo
Para satisfacer la necesidad espiritual…
O para encontrar la esencia de sí mismos.
Sin embargo hoy en día, y a lo largo de estos años, no he conocido a nadie más que se conceda tiempo para observar los astros, quien conozca el nombre de las constelaciones y esté pendiente de la luna. Debe ser porque en nuestro contexto cotidiano, y por consiguiente, mi realidad inmediata, es más fácil cavar un hueco en la tierra hasta encontrar agua, que buscar un océano en el firmamento, y atreverse a volar para encontrarlo. Suena como un disparate (pero aún así, es una posibilidad).
Por tanto, (y con cierto pesar), he llegado al punto en el que estoy convencido de que todas aquellas aspiraciones e ilusiones que caben en el margen de las posibilidades de esta vida, se encuentran al norte del Trópico de Cáncer.
(Sea esto entendido en sentido tanto literal como figurado).
Por lo demás, las noches del mundo, desde aquí, sólo pueden proveer a un ser humano que gusta de observar las estrellas de viejos y conocidos rituales vivenciales:
Tríadas y sexo hasta el hastío,
Falos erguidos y besos profundos,
Gemidos y susurros de la líbido,
Miradas y orgasmos compartidos,
Ajenjo y alimento espiritual,
Arduo trabajo editorial hasta el amanecer,
La compañía de amigos entre vino y velas,
Raves y noches electrónicas,
Momentos acústicos y conciertos inesperados,
Lecturas apasionantes y doctrinas apócrifas,
Sueños recurrentes y gatos ronroneantes.
Y aunque esta retahíla de sucesos aún pudiese emocionar a unos cuantos, lo cierto es que después de vivirla por varios años, termina por convertirse en un tedio. Al final, todas esas noches son iguales e importan muy poco los detalles.
Sólo existe algo que puede otorgarles validez, y es el hecho de seguir observando las estrellas, esperando esa última oportunidad para emocionarse por los enigmas del Universo. Y tal oportunidad no llega estando solo.
De modo que mi sueño recurrente se ha vuelto una maldición.
Sin duda alguna, la mejor parte de esta vida proviene de nuestra capacidad para conocer y sentir, y en esa medida, de la capacidad para expresarnos (en mi caso, escribiendo). Aunque esta forma de expresión, en nuestros días, ha llegado a convertirse en un oficio devaluado: el mundo de hoy necesita más de sicarios y muhaidines —personas dispuestas a estallar sus vísceras en pro de determinadas causas ideológicas—, y de políticos despóticos, demagógicos y elucubradamente populistas, que de escritores.
Nuestro Tiempo es un ocaso tenebroso, al que pronto engullirá la noche.
Por lo que a mí respecta, después de haber vivido las noches anteriormente mencionadas y tomando en cuenta las consideraciones preliminares, pienso que aún me queda una noche por desear, expandiendo la magia que todavía vaga en el mundo con el resto del universo, donde se conjuguen, también, los deseos y los recuerdos.
No será una noche de viento y lluvia, ni de niebla o nieve. Ni tampoco de estrellas fugaces y eclipses lunares o penumbrales como los que he mencionado a través de este blog en su momento.
Será la última noche del mundo,
Cuando el manto de la aurora se despliegue sobre las tierras ignotas.
Habiendo establecido este preámbulo es como da inicio el relato. No como un sueño, ni un recuerdo o un presagio. Mucho menos como un tributo. Sino como una narración casi olvidada que habrá de marcar una pauta distinta en los días que habrán de venir.
Sea pues, publicado en el transcurso de noviembre.
miércoles, octubre 31, 2007
Días para honrar a la muerte (y como ella, renacer).
but the echo of the burst of a shell
And I'm stuck here waiting for a passing feeling
In the city I built up and blew to hell,
I'm stuck here waiting for a passing feeling.
Still I send all the time
My request for relief
Down the dead power line,
Though I'm beyond belief.
In the help I require
Just to exist at all
Took a long time to stand,
Took an hour to fall."
Elliott Smith, A passing feeling.
En cualquier caso, sea siguiendo un sistema religioso preestablecido, una perspectiva espiritual libre o bajo un enfoque socio-antropológico más analítico, esta festividad de Los Fieles Difuntos cobra vigencia y validez por una serie de factores a tomar en cuenta:
-Por ser uno de los legados más auténticos de nuestros ancestros, tanto de los nativos amerindios como de los migrantes afroantillanos y los colonizadores europeos, y por evolucionar como un sincretismo rico en rituales procedentes de estas raíces, que mezcla el culto de los santos y mártires cristianos con las muestras de devoción a los ídolos prehispánicos.
-Por constituir una percepción sublime de la Muerte: personificándola a menudo con las almas de los fenecidos, quienes realizan su visita anual para recordar -y bien cabría hacer mención del término, revivir- los placeres que tuvieron en vida; lo cual amerita para los vivos, rendir un homenaje como muestra de agradecimiento, que también sea digno de festejo.
-Por el aporte energético/espiritual que implica la tradición, y por el derroche de creatividad que a través de los siglos, ha permitido a los mexicanos mostrar una serie de costumbres de los modos más diversos: creando altares de vida, mediante danzas, tertulias, procesiones y romerías, con música y poesía, con leyendas, fábulas y cuentos, con la usanza de vestuario selecto, con una gastronomía especial para la ocasión, y un sinfín de expresiones que abarcan tanto el ámbito de las artesanías y la imaginería vernácula, como las últimas innovaciones en el arte actual y digital...
Y claro, por la apropiación que cada mexicano -y cada mortal- hace de estas fechas, que inició hace cientos o miles de años cuando Mictlantecuhtli y su esposa Mictecacíhuatl descendieron al Mictlán (La tierra de los muertos, en la cosmogonía azteca) y comenzaron a gobernar ese inframundo.
Todo esto cobra más notoriedad cuando cada ocaso representa un funeral.
lunes, octubre 29, 2007
Viento y fuego.
If there's no one there, then there's no one there,
but at least the war is over.
It's us - yes, we're back again,
here to see you through,
'til the days end".
Stars, In our bedroom after the war.
Estas tardes resulta de todo punto imposible evadir las emociones agridulces que trae consigo la melancolía. Es un estado anímico tan poderoso que acelera su paso por el mundo, arrastrando consigo todas las entidades y sustancias, tanto tangibles (hojas, espigas, vainas y ramas arborescentes) como etéreas (los recuerdos lastimeros, los susurros de almas en pena que vagan por las noches...)
De modo atípico, el viento del norte -uno de mis contados amigos de vida-, ha azotado en forma constante e intensa a las montañas durantes los últimos días, y si bien es cierto que las mentes más racionales tienen una vasta explicación al respecto -que comprende una terminología con tecnicismos como frente frío, masa de viento polar y efecto del calentamiento global progresivo-, la verdad es que para cierto tipo de personas, el fenómeno obedece más a razones que escapan a los ámbitos científicos, y que encuentran su justificación en historias fabulosas, con toques de esoterismo y panteísmo.
No cabe duda: si el viento del norte ha irrumpido con notable fuerza, nunca antes registrada en esta región, es porque el añejo espíritu del otoño, carga a cuestas al ánima moribunda de los tiempos.
Por esta razón, los sueños de los humanos quienes pernoctamos aquí, (y quizás en otras regiones), se han vuelto tan confusos, casi como alucinaciones padecidas en estado de vigilia.
En realidad, los sueños no son tales:
Son recuerdos del futuro, premoniciones y revelaciones muy antiguas.
Me gusta pensar que octubre es un gran prólogo.
Noviembre habrá de traer, como se ha vuelto costumbre en los últimos años, una serie de acontecimientos inesperados; será como cada año, un mes de viento y fuego.
Muy pronto, los rituales que brindan sustento a los seres humanos habrán de celebrarse, antes de extender un velo de niebla sobre el mundo.
¿Qué queda después de rezar y suplicar, cuando las llamas de las hogueras que encendimos, comienzan a extinguirse y la leña se reduce a cenizas?
Y cuando los cuerpos descarnados se reducen a huesos y polvo...
Y los rostros de quienes portaban sonrisas se convierten en sombras que acechan en la memoria.
Sólo queda el espíritu del otoño, y por supuesto, la melancolía.
jueves, octubre 25, 2007
A night to remember: Absinthe and Perigee.
(Wherever you are).
"And I just have to look away
A million miles between us
Planets crashing into dust
I just let it fade away
(...) So no of course we can't be friends
Not while I still feel like this
I guess I always knew the score
This is where our story ends."
Garbage, Cup of Coffee.
Tonigt's the biggest and brightest full moon of 2007, ('Perigee', when the moon approaches closer to the Earth), and tonight, like every year since I'm wandering in the streets of the world, I spend a bit of time thinking 'bout all those moments and illutions I used to have, when the energy of autumn gave me strenght and faith to believe in someone else.
I lit some candles, sat down and drank a cup of coffee:
Felt the cold wind...
Sad memories.
Then I drank an absinthe's shot:
Murmurs and ghosts at sunset...
Scars.
My spirit started to burn,
and it was slowly consumed by fire and oblivion.
Can anybody see the bright light of a mourning spirit, floating in the dark?
domingo, octubre 21, 2007
La noche de las Oriónidas.
Like falling angels,
The world disappeared.
Laughing into the fire
Is it always like this?
Flesh and blood and the first kiss,
The first colours...
The first kiss..."
The Cure, Siamese Twins

En tardes y noches como ésta me pregunto qué sentido tiene habitar el mundo y respirar, caminar y perderse en callejones y parques impregnados con la energía de tiempos remotos...
Me gusta el brillo fugaz de las luces que iluminan esta tierra:
El que se levanta desde el suelo y funciona mediante electricidad,
el que se refleja sobre las fuentes olvidadas,
el que atraviesa el firmamento por breves instantes
cuando el polvo de los cometas surca nuestro cielo y se extingue con premura...
Como la risa estrepitosa de una reunión en buena compañía,
Como los fuegos fatuos,
Como las leyendas y las consejas de los días previos a la noche de Todos los Santos,
Como las eyaculaciones compartidas
y las ilusiones que éstas proveen cuando un velo de agonía nos agobia.
jueves, octubre 11, 2007
El santuario (Una retrospectiva).
And don't let yourself go
Your last chance has arrived
Best, you've got to be the best
You've got to change the world
And use this chance to be heard
Your time is now."
Muse, Butterflies and Hurricanes.
Cinco años...
Recuerdo una noche hace cinco años, cuando comencé un viaje con destino hacia un sitio agreste y desolado, rodeado de un líquido turbio que emanaba de un manantial, mezcla de confusión y melancolía.
Hoy visito el punto de origen donde ese viaje comenzó, con la certeza de que el Tiempo me ha pedido volver y permanecer de pie y en silencio durante unos minutos, sobre la tierra húmeda. Quizás sea para culminar un ciclo, o como una remembranza para tener presente (y con ello traer de vuelta por breves instantes), aquello que alguna vez fui, lo que estaba por dejar atrás, y todo lo que vendría.
Una noche, hace cinco años, el viento fresco arreciaba con extrañeza, tal como lo hace hoy. A partir de entonces comencé a caminar más a prisa. Una lluvia torrencial comenzó a descargar su furia sobre la vida, como bendiciendo, y en su caída, llevaba millones de anhelos y metas bien trazadas.
Uno a uno, mis pasos se fueron marcando con firmeza.
Recuerdo, por ejemplo, haber caminado diariamente por el centro de Monterrey, hace unos cuatro años.
De pronto, me detenía en cualquier esquina (todas eran distintas, pero todas eran iguales), viraba la mirada y sentía pena: por todos aquellos quienes caminaban, conducían, o de cualquier otra forma, transitaban en la ciudad, pues llevaban toda una vida haciéndolo.
Se habían conformado con ser entes errantes perdidos en los eones, olvidados sobre el asfalto, quienes mezclaban sus vidas grises con los muros de las fábricas, con el polvo seco de la urbe y el hedor a óxido...
Una de esas tardes (bajo un sol inclemente y con una sensación térmica de 40 grados centígrados), recuerdo haberme refugiado en un cine y "tocar fondo", mientras veía "Las Horas"...
Por supuesto, ése no fue el final.
Sólo cambié de dirección.
Meses más tarde, en un vuelco inesperado, caminaba en calles muy distintas, escribiendo a Gheesh. Visitaba templos, palacios y plazas, ansiando que los mitos, los profetas y los ídolos de los días aciagos se conviertieran en polvo y cenizas.
Entonces escribí una docena de buenos relatos (quizás fueron más)y comencé a publicarlos. Caminaba para escribir y escribía sobre el arte de vivir en el mundo y caminar, así ideé un relato sobre la "Melancolía en el fin del Mundo"...
Sería grandioso que existiese algún médico como el de Eternal Sunshine of the Spotless Mind.
Al poco tiempo me mudé de nuevo. Fue la hora de los relatos sicalípticos, el tiempo insuperable con El Admirador de Wilde y las noches con El Arcano Perdido. Por supuesto que hasta hoy, hay sucesos que extraño. Extraño las carcajadas en la colonia Roma, las noches de cerveza e ilusiones, las velas multicolores ardiendo en octubre... Pero en realidad, extraño mucho más.
Could I look in your face, For a thousand years?
It's like a civil war/ Of pain and of cheer...
Esta noche, justo cinco años después, me encuentro en el "Santuario", lejos del mundo, sólo conmigo mismo por un instante.
Y por supuesto, sólo pienso en algo:
Acelerar el paso,
caminando hacia otra dirección.
lunes, octubre 08, 2007
El Futuro Efímero (Anécdota y parábola).
Payin anything to roll the dice,
Just one more time
Some will win, some will lose,
Some were born to sing the blues
Oh, the movie never ends
It goes on
and on
and on
and on...
Don't stop believin'
Hold on to the feelin'
Streetlight people..."
Journey, Don't stop believing.

Podría decir que recuerdo las tardes de aquellos años de un modo muy curioso (que quizás resulte absurdo a los lectores): con matices azules, nítidos e intensos, como nunca más se han vuelto a presentar; por supuesto, no todas las tardes eran así, sino únicamente las que pasaba en compañía de La mujer sin sonrisa.
Precisamente, ella me sujetaba de la mano mientras caminábamos hacia el interior del estadio, en la ciudad donde crecí. Una multitud de gente congregada en las inmediaciones del lugar, aguardaba el momento para entrar, mientras conversaban y compraban helados servidos sobre tradicionales "cucuruchos".
Recuerdo el sabor de la vainilla y la canela, los autos en la avenida (con diseños extravagantes, incómodos y vistosos, fieles al espíritu de los Ochenta), recuerdo haber visto de reojo a niños con sus mascotas, así como varios uniformes escolares e instrumentos musicales...
Pero lo que más recuerdo es haber alzado la vista y observar una especie de "antena" frente al Estadio. Una aguja estilizada, de unos diez metros de altura -quizás menos, pero a esa edad me parecía muy elevada-. De alguna forma me hizo pensar en el futuro, o más bien, tener una noción elemental de lo que representaba el futuro: algo fuera de lo común, inesperado, que vendría más tarde de modo indeterminado, pero sobre todo, que sería enigmático.
Complementar esa visión con el intro de piano de Don't stop believing y la voz de Steve Perry, a los cuatro años, otorgaba una emoción inefable, como si el futuro estuviese aún muy distante, y contuviese un tonel repleto de momentos "fantásticos", en toda la extensión de la palabra.
Pero no fue así.
En realidad el futuro no existía, y el único momento fantástico que tuvo lugar, fue el instante mismo de haber presenciado tal acontecimiento.
Sobre la "antena sofisticada" (oficialmente denominada Torre Cinética), me parece, duró mucho menos que este recuerdo: unos cuantos años después yacía sucia y oxidada, al borde del colapso (que terminó por derribarla).
Actualmente, en el mismo sitio y sobre el mismo pedestal, se encuentra una burda figura metálica, menos insólita y fantástica de lo que se supone, el futuro debía ser.