A simple vista es una banca cualquiera, y como cualquier otra, cumple son su mera función utilitaria: regocijar las nalgas. (Aunque, cabe mencionar, en algunos periodos no sirvió ni para eso, cuando su estructura fue privada de las barras de metal que le servían de apoyo, hace un par de años).
Me refiero a la banca de la calle Enríquez, ubicada a la salida del pasaje homónimo y de frente al Callejón del Diamante. Siendo un punto de paso obligado en el centro de la ciudad, la banca se ha convertido en una especie de nuevo elemento iconográfico para las identidades culturales urbanas. Allí, entre boleros, voceadores y vendedores de lotería, constituye hoy por hoy, un paraje que da muestra de las diversas manifestaciones juveniles presentes en la región.
Darketos, neopunks, ravers, trovadores, músicos urbanos, artesanos, intérpretes de bailes africanos, performancers, mimos, actores, soneros, fotógrafos, creadores… Todos ellos inmersos en mayor o menor medida en la escena cultural xalapeña. Pero, ¿qué tiene de especial esta banca? Cuando mucho, la ubicación estratégica, “no importa la banca, sino que aquí vienes y te encuentras a todos. A veces los ves, a veces no, pero terminan pasando, ya saben que aquí te encuentran” comenta Andrea, quien confecciona un collar alternando shakiras y piedras de acerina, un sábado por la noche.
No tengo una idea clara sobre a partir de cuándo este punto de confluencia se convirtió en un escaparate del arte urbano, pero a juzgar de doña Clara, quien vende tamales a unos escasos metros, por las noches, “ha sido así toda la vida. Primero son jóvenes, pasan los años, y ya son viejos, pero siempre se han reunido en ese lugar”.
Quizás en algunos años se convierta en un símbolo distintivo de la ciudad, como el reloj de la Lotería, la torre inexistente de la Catedral o el puente de Xallitic. Sin debérselo a su diseño, por supuesto, sino a la diversidad de jóvenes —llámenseles freaks, si se desea—, que representando a la cotidianidad hemos posado nuestros traseros allí.
Con un poco de suerte perduren en la memoria colectiva las características que hacen única a esta banca, más allá de las creaciones de Sebastián eventualmente instaladas en el parque Juárez.
¿Será que alguna vez una autoridad de percate? Es mucho pedir.
Mejor, que continúen organizando sus macrofestivales, eso les deja más lana y alimenta los egos institucionales.
Me refiero a la banca de la calle Enríquez, ubicada a la salida del pasaje homónimo y de frente al Callejón del Diamante. Siendo un punto de paso obligado en el centro de la ciudad, la banca se ha convertido en una especie de nuevo elemento iconográfico para las identidades culturales urbanas. Allí, entre boleros, voceadores y vendedores de lotería, constituye hoy por hoy, un paraje que da muestra de las diversas manifestaciones juveniles presentes en la región.
Darketos, neopunks, ravers, trovadores, músicos urbanos, artesanos, intérpretes de bailes africanos, performancers, mimos, actores, soneros, fotógrafos, creadores… Todos ellos inmersos en mayor o menor medida en la escena cultural xalapeña. Pero, ¿qué tiene de especial esta banca? Cuando mucho, la ubicación estratégica, “no importa la banca, sino que aquí vienes y te encuentras a todos. A veces los ves, a veces no, pero terminan pasando, ya saben que aquí te encuentran” comenta Andrea, quien confecciona un collar alternando shakiras y piedras de acerina, un sábado por la noche.
No tengo una idea clara sobre a partir de cuándo este punto de confluencia se convirtió en un escaparate del arte urbano, pero a juzgar de doña Clara, quien vende tamales a unos escasos metros, por las noches, “ha sido así toda la vida. Primero son jóvenes, pasan los años, y ya son viejos, pero siempre se han reunido en ese lugar”.
Quizás en algunos años se convierta en un símbolo distintivo de la ciudad, como el reloj de la Lotería, la torre inexistente de la Catedral o el puente de Xallitic. Sin debérselo a su diseño, por supuesto, sino a la diversidad de jóvenes —llámenseles freaks, si se desea—, que representando a la cotidianidad hemos posado nuestros traseros allí.
Con un poco de suerte perduren en la memoria colectiva las características que hacen única a esta banca, más allá de las creaciones de Sebastián eventualmente instaladas en el parque Juárez.
¿Será que alguna vez una autoridad de percate? Es mucho pedir.
Mejor, que continúen organizando sus macrofestivales, eso les deja más lana y alimenta los egos institucionales.