Los días infames dieron paso a sus noches -infames, también-, y las horas se sucedían, una tras otra, sin ningún sentido: la linealidad del tiempo en la vida no hizo sino acentuar cicatrices, abrir llagas... Gangrenar estigmas.
Y entonces, una de esas noches, vi al mundo.
Desde una terraza me asomé, y lo maldije: Soles y lunas, estrellas, cenizas... Tinieblas eternas.
Como quien presencia un desfile, desde el palco, así vi pasar a mi generación. Las ausencias brillaban más que las presencias, y nunca dejaron de gemir.
Y así fue hasta que por fin la noche ya no halló su amanecer.
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