De pie, frente al océano.
Caminé toda la tarde a lo largo del Boulevard, observando ese inconmensurable vacío líquido, profundo e inquieto que se agita bajo este otro vacío de tierra y aire, que es mi realidad. El puerto me trae recuerdos agridulces, primero de libertad y luego de ausencia. Quizás ahora estoy completando la trilogía: mis pensamientos son de introspección, fluyen sin prisa y encuentran un cauce apacible.
En esas playas viví los escasos días de libertad cuando el resto de los tiempos eran una prisión; transcurrían los mediados de los 80's y por aquel entonces las escenas de playa y sol me emocionaban. [Siempre me ha impactado eso de los niños, que suelen cautivarse por cualquier simpleza]. Don´t stop believin' se radiaba en aquella grabadora Dolby-Sistem que La mujer sin sonrisa dejaba en la batea de una camioneta para luego tomarme de la mano y llevarme a comprar algún jugo. Incluso podría afirmar que los jugos frutales de los 80's tuvieron su propio sabor distintivo...
Pasó mucho tiempo para conceder otro significado personal al puerto, de por lo menos quince años. Y para entonces era un paraje por explorar, un cúmulo de sentimientos compartidos. Era la imagen de un tipo de veinte años que cruzaba solo un puente interminable, encontrando una parte de sí mismo en el otro extremo. Eran noches de esperma interminables, y luego mañanas en par.
Y ahora, cinco años después, toca el turno a la introspección: es encarar a la gran puta que es la vida, con sus selectos clientes y su rubor de melancolía, abierta de piernas, postrada en cuatro, aguardando mezclada entre el viento y el océano.
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