miércoles, noviembre 28, 2007

¡NOVIEMBRE! Un epílogo.

"God knows how I adore life
When the wind turns on the shores lies another day
I cannot ask for more

When the time bell blows my heart
And I have scored a better day
Well nobody made this war of mine

And the moments that I enjoy
A place of love and mystery
I'll be there anytime

Oh mysteries of love
Where war is no more
I'll be there anytime..."
Beth Gibbons & Rustin Man, Mysteries.

Húmedas y misteriosas son las últimas tardes de noviembre, con su velo de niebla que trastoca los sentidos. Hoy salí a caminar sin rumbo fijo, y envuelto en pensamientos dispersos, los últimos minutos del ocaso me encontraron súbitamente en las inmediaciones del Parque Eterno.

Apenas y pude cobrar conciencia de mi ubicación cuando una anciana me ofreció una veladora, y entonces me percaté que me encontraba caminando en medio de una peregrinación.

Sobre cuál era el propósito y destino de la misma, así como el santo (o virgen) que revestido en resina y terciopelo encabezaba al gentío, lo ignoro, -y a decir verdad, tampoco me importa-. En medio de mi introspección escuchaba "Mysteries" de Beth Gibbons, y la música encajaba a la perfección con la secuencia de imágenes que percibía:

Una flama dorada, la de mi veladora, se alejaba del resto del cortejo, acompañándome al interior del parque. Durante varios minutos recorrí sus calzadas y me postré ante sus fuentes. Caminé hacia el kiosko octagonal que se encuentra en el centro y me detuve. Observé a mi alrededor: no había nadie más.

Mi presencia era lo único "ajeno" a ese paraje. (Aunque en espíritu, sea parte de él).

Entonces me percaté de un hecho, y ponderé: no debí haber lamentado, hasta hace pocas semanas, caminar de nuevo en estos rumbos. Pronto habrá de llegar el día en el que sólo guarde estos momentos en mi memoria, con sus luces de fuego y su aroma a tierra húmeda, y entonces extrañaré, con añoranza, las últimas tardes de noviembre.

Coloqué la veladora a un costado de una fuente, y continué mi recorrido.

Desde la lejanía, la flama parecía arder con mayor intensidad.

domingo, noviembre 25, 2007

La primera mañana.

"In the cold light of morning
while everyone is yawning,
You're high,

In the cold light of morning
the party gets boring,
you're high."
Placebo, In the cold light of morning.

Una luna llena adamantina, imperiosa en el firmamento (como corresponde al plenilunio de noviembre), mostró un espectacular halo luminoso a su alrededor, minutos antes del amanecer. Aunado a este hecho, cinco cuerpos celestes -Mercurio, Venus, la Luna, Marte y Saturno- se alinearon de modo aparente, para perpetuar la fecha.

Acá, en la superficie terrestre, entre vino tinto y rostros conocidos, una serie de pensamientos y emociones muy extrañas me abordaron. No eran sobre finales, sino sobre comienzos.

Fue como si en ese instante hubiese dejado atrás a todo el mundo previamente concebido, con todo su pasado a cuestas, y me concediera la oportunidad de creer que los grandes momentos de la vida son asuntos bastante sencillos, cuestiones de Voluntad y Fe.

Al despuntar el amanecer, una densa niebla cubrió las cumbres, (la misma que durante años nos ha llevado a imaginar e incluso constatar la existencia de Dios).

Recorrer ese paisaje en auto, en compañía de los amigos, otorgaba una tranquilidad infinita.

Supongo que alguna vez, en el incierto futuro, serán las mañanas como ésta las que recordaremos con entusiasmo.

sábado, noviembre 24, 2007

La Celebración.

"Hay corazones con alas de espinas
te dan deseos, caricias,
no me imagino el placer
de una herida sin ti."
Bosé & Torroja, Corazones.

Una de las más grandes satisfacciones de vivir, que sin duda alguna me permite constatar cuán afortunado he sido en algunos aspectos, son los Amigos que he encontrado.

Durante los últimos doce años, desde las tardes con tonos ocres en septiembre de 1995, en compañía de la Samaritana en un lienzo, hasta este otoño, he tenido amigos contados. En mi caso, han estado presentes de manera eventual durante periodos continuos, para luego ausentarse, y tiempo después (meses o años) reaparecer y afianzar su cercanía.

Pocos han sido quienes durante los últimos años han crecido, madurado y envejecido junto a mí, y en realidad, sólo son dos: Biógrafa Chú y R., el Alquimista.

Hoy es un día muy gratificante y a la vez, un poco extraño para mí. No soy la clase de sujeto que se congratule por los aniversarios o las celebraciones ajenas (honestamente, no suelen importarme), ni que asista a las “fiestas protocolares”, tan comunes en la idiosincrasia del mexicano. Es más, ni siquiera guardo noción de los parientes o sus festejos.

Los grandes momentos que yo celebro son siempre muy íntimos y no son planeados, en compañía de La Mujer sin Sonrisa o de esos Amigos y conocidos, e inclusive algunas veces son sólo personales, como las Vísperas de Año Nuevo y los Equinoccios de Otoño.

Pero hoy será distinto.
Esta noche será el turno de celebrar a Biógrafa Chú.

Pienso en todos los grandes momentos que hemos pasado juntos, desde los días grises en el Colegio Preparatorio hasta los años de Universidad, las prolongadas sesiones de vino, cerveza y clamatos en el Café Zona Centro (el sitio que hicimos nuestro), y en general, en diversos y buenos ratos llenos de emociones muy intensas (como los de la Colonia Roma, hace poco más de un año).

Pienso mucho en Biógrafa Chú, y doy gracias por tenerla en mi vida.

No hay mucho más qué decir. Los mejores momentos sólo suceden y prevalecen las emociones sobre las palabras.


Que el vino de esta noche, junto con la lluvia y la niebla con las cuales hemos compartido y escrito tantas historias juntos, agregue una nueva página, donde una vez más, esté presente la canción que hicimos nuestra:


"Hay corazones que tiran a darte
y sólo el tuyo que es punto y aparte
no me imagino una vida,
una historia sin ti."

viernes, noviembre 23, 2007

Una interesante conjetura histórica.

"No todas las verdades deben contarse a todo el mundo".
Clemente de Alejandría.


El Evangelio Secreto de Marcos

Quizás sea debido a un fenómeno milenarista, o como resultado de una necesidad por sustentar y actualizar de modo recurrente los sistemas de creencias que durante dos mil años han influido en el estilo de vida occidental, pero no cabe duda que en los últimos años han salido a la luz pública una serie de evidencias históricas irrefutables que, amparadas por estrategias de publicidad, mercadotecnia y una excesiva difusión en determinados medios masivos, han llevado a miles de personas a conocer e indagar, e inclusive replantear los paradigmas que han conformado algunas doctrinas a las que —sea por predisposición cultural o por conversión voluntaria— han sido alienados.

No es de extrañar, por ejemplo, que la novela El Código Da Vinci, autoría de Dan Brown, haya suscitado un furor inusitado (y cierto recelo por parte de círculos cristianos conservadores) desde su publicación en 2003, al cuestionar una serie de hechos controversiales para la Cristiandad y proponer una versión alternativa del predicador Jesús de Nazareth, muy distinta a la que durante siglos ha sido aceptada y difundida por las Instituciones que han propagado su vida y obra, de acuerdo a sus propias interpretaciones y sobreinterpretaciones (léase Iglesia Católica Apostólica Romana, Iglesias Ortodoxas de Oriente, Copta, Armenia, Iglesias Evangélicas Protestantes, Movimientos Cristianos Independientes, y un largo etcétera).

Tampoco resulta extraño que en nuestros días, cientos de conjeturas e incluso argucias en torno a personajes históricos acaparen la atención, y que entre estos, reciba primacía la figura del profeta judío crucificado.

Ya en 2005, la presentación mediática a nivel internacional del Evangelio de Judas (cuya imagen aparece arriba), extraviado durante siglos y recién restaurado bajo el auspicio de la Nacional Geographic Society, vino a “refrescar” a nivel masivo la existencia de decenas, quizás centenares, de textos apócrifos que por diversos motivos —extravío histórico u ocultamiento premeditado, alejamiento de dogmas y doctrinas preaprobadas, revelación de conocimientos místicos y sectarios, narración fabulosa sin conexión directa, entre muchos otros—, fueron relegados del canon bíblico oficial. Otro ejemplo reciente se verifica en la pascua de 2007, cuando un documental dirigido por James Cameron dio cuenta de los supuestos osarios que alguna vez contuvieron los restos mortales de Jesús, su cónyuge y sus descendientes.

Precisamente en relación a los Textos Apócrifos, y en específico, en esta categorización de los evangelios, es donde deseo fijar la atención.

No es mi intención explayarme de modo exhaustivo sobre este tópico ni realizar una reseña detallada al respecto (del que me declaro acérrimo aficionado), sino sólo establecer una breve enunciación de hechos a modo de preámbulo para aclarar un poco más el contexto y las circunstancias en torno a los cuales gira el documento que me interesa mencionar.

Escritos en un periodo que abarca los tres primeros siglos del Cristianismo, numerosos evangelios apócrifos circularon entre las primeras comunidades de adeptos. Algunos fueron muy conocidos en su tiempo e incluso después, y su existencia se conservó bien documentada gracias a una razonable cantidad de copias (en lenguas como el arameo, hebreo, griego, copto, latín y árabe). Su lectura se consideró discrecional y finalmente fueron relegados, a pesar de que contenían datos y sucesos que trascendieron en la tradición oral hasta nuestros días —como por ejemplo, los nombres de los tres Sabios de Oriente: Melchor, Gaspar y Baltasar, tan populares en México; o la inclusión de un buey y una mula en el pesebre de la Natividad—. Otros fueron perseguidos y refutados, catalogados como Libros Prohibidos (entre los que destaca por supuesto, el Evangelio de Judas, que presupone una revaloración del apóstol que durante siglos se consideró como el “epítome de los traidores”, o los Evangelios de Felipe y de María Magdalena, donde se sugiere el lazo marital entre el profeta y la pecadora redimida).

Entre estos últimos, cobra relevancia —y casi seguramente constituía el texto apócrifo más célebre previo al descubrimiento del Evangelio de Judas—, el Evangelio de Tomás, descubierto en 1945 en la comunidad de Nag Hammadi, en Egipto. A diferencia de muchos otros, su datación, según algunos investigadores, se remonta a los primeros setenta años del Cristianismo, convirtiéndolo en un texto tan antiguo y por ende, tan legítimo como los cuatro pertenecientes al canon oficial (Mateo, Marcos, Lucas y Juan). A mí en lo particular me viene a la mente porque es uno de los ejes en torno a los cuales gira la película Stigmata, de 1999, dirigida por Rupert Waingright y protagonizada por Patricia Arquette. De ahí proviene la memorable frase, atribuida a Jesús:


"Parte un madero y allí estoy yo,
Levanta una piedra y me encontrarás".

En términos doctrinales, este evangelio forma parte de los llamados Textos Gnósticos, atribuidos a una secta cristiana influenciada por ideas neoplatónicas. Jesús se presenta como un maestro místico que posee conocimientos esotéricos, expresados mediante un lenguaje rico en simbolismos. Aunque conforman un considerable número de documentos, no todos los evangelios apócrifos se encuentran alineados con el gnosticismo, ni tampoco fue éste el único movimiento ideológico “alterno”, escindido de una corriente predominante. Existieron muchos otros como los esenios, herméticos, ebionitas, carpocratianos, docetistas y cainitas.

Si bien es cierto que hoy en día (a diferencia de las épocas precedentes), resulta relativamente fácil acceder al contenido de muchos textos apócrifos, adquiriendo traducciones fidedignas en un sinnúmero de lenguas, o mediante una consulta rápida en Internet, quizás los únicos libros que continúan siendo un completo misterio son aquellos que apenas han llegado a ser mencionados indirectamente en algunos momentos de la historia, pero que actualmente continúan —por lo menos en la Historia Oficial— en calidad de extraviados y poco conocidos.

Y entre estos, merece especial énfasis el Evangelio “Secreto” de Marcos.

Dicho documento (del que aún se cuestiona su veracidad, e incluso su existencia), ha trascendido gracias a una supuesta carta descubierta en 1958 en el monasterio ortodoxo de Mar Saba, por el profesor de Historia Morton Smith.

La carta era una copia de otra mucho más antigua, que originalmente formó parte de la correspondencia entre Clemente de Alejandría, (uno de los primeros estudiosos del Cristianismo, recientemente remembrado por el papa de nuestros días), y un sujeto llamado Teodoro. De acuerdo con el primero, el apóstol Marcos escribió dos versiones de su Evangelio: una destinada a todos los creyentes, y otra posterior, más selectiva, “para el uso de aquellos con conocimientos perfeccionados”. Asimismo, Clemente da un consejo a su destinatario, mediante una sentencia que —dicho sea de paso—, me ha gustado bastante y debiera ser aplicada en cualquier contexto:

"No todas las verdades deben contarse a todo el mundo."

De principio, el contenido y las citas textuales del supuesto Evangelio “Secreto” de Marcos plantea una idea que se antoja, a nivel narrativo, excitante.

Ante todo, debe tomarse en cuenta un principio del “sentido común”, para no herir susceptibilidad alguna: siempre influirán en cualquier lectura, sobre cualquier tópico y texto, las convicciones arraigadas, las predisposiciones de criterio y los prejuicios ideológicos/culturales. (Así como las fijaciones personales). Valga esta acotación tanto para el que escribe estas líneas, como para el lector.

Esta vez, no se vincula carnalmente al nacido en Belén con Magdalena, ni se expone la versión de un apóstol postreramente desacreditado, como sucedió con el apócrifo de Judas. En cambio, se sugiere de modo ambiguo un tópico bastante atractivo: la Pansexualidad de Jesús.

Un fragmento de dicho evangelio reza lo siguiente:

"Y llegaron a Betania, y allí había una mujer cuyo hermano había muerto. Llegó, se postró de rodillas ante Jesús y le dijo: Hijo de David, ten piedad de mí. Pero los discípulos la reprendían. Jesús se enfadó y se fue con la mujer hacia el jardín donde estaba la tumba. Y al instante se oyó desde el sepulcro una gran voz; y acercándose, Jesús hizo rodar la piedra de la puerta de la tumba. Y enseguida entró donde estaba el joven, extendió su mano y lo resucitó. Y el joven, mirando a Jesús, sintió amor por él y comenzó a suplicarle que se quedara a su lado. Y saliendo de la tumba, se fueron a la casa del joven, pues era rico. Y después de seis días Jesús le dio una orden y cuando cayó la tarde vino el joven a Jesús, vestido con una túnica sobre el cuerpo desnudo. Y permaneció desnudo con él aquella noche, pues Jesús le enseñaba el misterio del reino de Dios. Y saliendo de allí se volvió a la otra ribera del Jordán".

El modo en que debe ser tomado tal pasaje se regala a cada cual, pues la intención de quien escribe no trasciende el propósito magnánimo de dar a conocer puntos de vista, pero sobre todo, de abrir nuevas brechas en la creatividad, proponiendo argumentos narrativos. Tomando esto en cuenta, considero pertinente compartir mi postura:

-A nivel doctrinal, descarto que la cada vez más creciente curiosidad, lectura y reinterpretación que han despertado los libros apócrifos entre las nuevas generaciones pueda cambiar en alguna medida las pautas, regulaciones y cánones de las instituciones religiosas establecidas. Resulta irrisorio pensar que suceda.

-Aunque a nivel mercadotécnico y publicitario, no representaría ninguna novedad leer en los titulares de los periódicos algo así como que “se ha encontrado el Evangelio Secreto de Marcos”. Por qué no. Quizás suceda en la próxima pascua. (Si es que para esa fecha no se tiene programado ya anunciar el Apocalipsis).

Por último, cabe añadir que para ciertos individuos ansiosos de encontrar líderes espirituales con quienes identificarse, el descubrimiento y la autenticación de tal Evangelio Secreto de Marcos aseguraría una conversión incondicional al cristianismo.

Cuestión de Fe.

“El que quiera creer, que crea.”

jueves, noviembre 22, 2007

EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (VI).

VI.
La alfombra brillante


Afuera de la ermita, en un llano despoblado, se abría paso la última noche del mundo. Atrás quedaban los pensamientos, las emociones y todos los objetos creados durante miles de años por nuestra civilización. La aurora boreal desplegaba una enorme cortina mágica, al tiempo que el viento gélido arrasaba todo consigo, como en un tornado.

Fue entonces cuando la melodía de ‘Dazzle’, con su crescendo, se apoderó de mi conciencia. La luna otoñal, roja y enorme como nunca antes, estalló, mientras las estrellas se agitaban violentamente como bengalas y una luz cegadora se aproximaba.

¿Cuánta angustia y soledad es capaz de sentir un ser humano, en un momento así? ¿Cuándo comenzó y cuándo termina?

Por último, noté que el firmamento se extinguía en medio de un relámpago eterno, mientras recordaba aquella estrofa de la canción:

"The stars that shine and the stars that shrink
in the face of stagnation the water runs
before your eyes..."

Y justo en el último segundo, antes de la medianoche del último día del otoño, alcancé a percibir cómo el pequeño gato gris se acercaba a curiosear. Me miró fijamente con su "Alfombra Brillante" y ronroneó.
Al final, sólo se escuchaba una palabra: Melancolía.

martes, noviembre 20, 2007

EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (V).

V.
Abadón y la medianoche

Una vorágine de relámpagos, imágenes fractales y emociones encontradas sobrevinieron al terremoto. En cuanto el movimiento se disipó, corrí hacia una vieja ermita, situada en las inmediaciones de un área despoblada.

Todo lo que quedaba de la construcción eran unos cuantos paredones, restos de una cúpula, fragmentos de columnas y escombros apilados. Al parecer, había sido saqueada y destruida previamente, como la mayoría de los templos. Aquellos recintos que en un tiempo habían servido de santuarios para honrar solemnes ceremonias con objetos de oro y atavíos, ahora se reducían a ruinas de yeso, resina y roble. Si acaso, lo único que perduraban eran las campanas, para señalar el Fin.

¿Qué clase de personas habían sido aquellas, quienes depositaron su fe en efigies sangrantes? ¿Qué hicieron cuando se percataron de tal superchería? Era todo lo que querían creer, por tanto creyeron. Y luego no eran nada. Vieron su espíritu reducido a polvo: estaban solos. Y en su soledad se inmolaron ante el miedo de tener que ser su propio Dios y sus demonios.

Allí, entre sombras y demonios, me recosté boca abajo y sentí el frío que despedían los mosaicos marmóreos, y a pesar del frío, sentí calor.

Una presencia me estremeció.

Era un sujeto alto —un metro y noventa centímetros, por lo menos—, y muy esbelto. Debía llevar drogándose toda la vida, —pensé—.
Mostró una sonrisa maliciosa, luego me observó y soltó una carcajada.

—¿Quién eres? —Cuestioné desconcertado.
—¿Quién podría ser, en este instante?
—De principio, cualquier idiota.
Se contuvo unos segundos y de inmediato lanzó otra carcajada.

—¿Cuál es tu nombre? —Me escuché preguntar de nuevo, con insistencia.
—Mi nombre no importa. He recibido tantos a través de los eones que hace mucho lo olvidé. Dame el que más te agrade… Abadón, si gustas.
Es apropiado para esta noche.

Un pequeño gato brincó sobre nosotros. Se detuvo mirándolo, maulló, y luego pasó de frente.

—¿Es tuyo? —Le interrogué.
—No puede ser mío ni de nadie más. Él me ha elegido, pero no sé por cuánto tiempo. Es un gato, entra y sale de este mundo, aprecia la eternidad. Duerme contemplando las vivencias de otras vidas. Con un poco de suerte nos volverá a unir en su memoria.

A medida que fluía su respuesta, comprendí que cualquier intento por conocer a fondo su identidad resultaría infructuoso, y como tampoco era mi prioridad hacerlo, dirigí la charla hacia un tópico distinto.

—¿Crees que aún exista la idea del ‘futuro’?
—No para nosotros, pero para un gato… Sí.
Los gatos usan el tiempo a conveniencia. Captan nuestra realidad en sus ojos y luego la despliegan en otro mundo. Ése es el reino del ‘Tapetum Lucidum’, o como gustes llamarle. Seguro que has notado cómo brillan los ojos de un gato por la noche…
—Claro —respondí.

En ese instante recordé al gatito de la estación, al que habitaba en la casona ruinosa y los asocié con el que recién había visto, ¿En todos los casos se trataba del mismo felino?

Ésta es la razón por la que los gatos se pierden y desaparecen —prosiguió—. A veces en una tarde de viento, otras durante varias noches…Y con frecuencia, durante unos instantes. En realidad acuden a un sitio que escapa a la razón humana. Y en ese paraje, conjugan al tiempo. No hay pasado ni futuro. Los sueños se convierten en recuerdos, y los anhelos en misterios. Todo constituye un artilugio.

Concluida esta frase, cientos de sombras furtivas giraron en torno a nosotros, emitiendo miles de sonidos. Y entonces, por varios minutos, todo se detuvo.

± ± ± ± ± ±

—¿Qué sucede? —Pregunté aturdido.
—Es el Universo: está colapsando. Disfrútalo. Piensa en los cientos de espíritus que habremos de existir solos entre las ruinas y las cenizas del orbe.

Nos convertiremos en ausencias que morarán en los sitios más recónditos. ¿Acaso no lo has notado? Los últimos días transcurren infestados de sombras solitarias, y con suerte, en un desajuste del tiempo, puedes toparte con la tuya.

—¿Y qué es lo que puede hacerse, con el tiempo que queda?
—Haz lo que más te plazca: sal a caminar un poco, recuerda una vieja canción escribe, observa el cielo…

En un parpadeo, el sujeto se había desvanecido, de modo incomprensible.

No pensé más y corrí hacia afuera. Una serie de relámpagos multicolores surcaron el firmamento.

Faltaban menos de dos minutos para la medianoche.

domingo, noviembre 18, 2007

EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (IV).

IV.
Fuego cian y viento malva

Partiendo de la ciudad, el trayecto en tren y luego en autobús fue incómodo y presuroso, tras padecer el mal estado de las vías y la caótica situación de los caminos. Muy a pesar de esto, pude sentir un poco de alivio cuando arribé al poblado, minutos antes del crepúsculo.

Crecí en ese terruño, así que no me impresionaban los mórbidos cielos grisáceos —aunque el de esa tarde tuviese un matiz negruzco, como el carbón—. Crecí también con esa sensación de desesperanza y soledad que provocaba la ausencia de rayos solares y crecí aspirando cierto aroma herbal que a menudo refrescaba el ambiente vespertino; y aunque debo admitir que jamás encontré un adjetivo para describirlo a la perfección, estoy casi seguro que cualquier persona oriunda de las tierras húmedas y montañosas sabe a lo que me refiero. Hasta en los momentos más infames, dicho olor era capaz de infundir ganas de vivir y descifrar los enigmas del mundo, incluso en esa tarde.

Por todo el pueblo, las campanas tañían de modo solemne. Tal vez invocaban el Fin, o por el contrario, le rehuían. Por cientos de años esas mismas campanas habían dado cuenta de los tiempos, de sucesos colectivos importantes, ceremonias y funerales, del paso de las horas y de los años, y ahora anunciaban su propio desenlace. ¿No era irónico?

La gente del pueblo demostraba con sus acciones y expresiones la misma seguridad de que todo iba a terminar muy pronto. Sus rostros delataban miradas perdidas, mientras murmuraban en voz baja viejas letanías. Me observaban e iban dejando tras de sí sus últimos alientos. ¿Hacia dónde irían todos sus sueños incumplidos, todos sus rencores engendrados? Los motivos que los alentaban a subsistir conformaban la historia del mundo, y en unos minutos más, se reducirían a polvo.

Atravesé un parque, internándome en él. Sus calzadas lucían descuidadas y un velo de desolación y ausencia impregnaba todo cuanto existía. Alguna vez había compartido esos mismos sitios, hacía mucho tiempo atrás. Aunque en ese instante resultaba difícil precisar con exactitud la época en que nuestro semen fluía intempestivo noche tras noche y salpicaba a las estrellas, en el fondo, tenía la certeza de que había sucedido, y de que habíamos sido cuerpos y espíritus antes de convertirnos en despojos.

Con prontitud, la noche desplegó su oscuridad sobre los árboles, por lo que difícilmente lograba avanzar entre las lozas partidas, cuyas grietas señalaban un vacío inescrutable. Unos metros adelante, se erigía una casona colonial, ahora en ruinas.

Algo me llamaba y me excitaba de ese lugar.

Al aproximarme, me asomé entre las rendijas. Empujé la reja frontal, accediendo a un patio derruido. La vegetación y la humedad se habían apropiado del piso y las paredes, expidiendo un hedor insoportable.

Di unos pasos hacia el frente y vi de reojo a un pequeño gato gris, quien me observó durante un par de segundos y luego se internó en la construcción. Lo seguí.

Resulta difícil explicar mediante palabras el sentimiento que imperaba en esa primera estancia, equiparable quizás al de una soledad inaudita que moraba ahí desde tiempos muy remotos.

A medida que mi visión se acostumbraba a la oscuridad, descubrí una silueta antropoide que me observaba inmóvil desde un rincón, postrada sobre el piso.

Entre tablones viejos, paredes húmedas y cristales rotos, escuché un áspero ronquido.

—Te reconozco. Te gusta escribir.

Impávido, contuve la respiración. Su voz parecía conocida, pero en mi desconcierto no logré recordar quién era. Tenía una tesitura muy baja, como salida de otro mundo, y sin embargo, no me infundió temor, sólo cierta desconfianza. Podía ser alguien que hubiese conocido años atrás en ese pueblo.

—Así es, —respondí—. ¿Y tú, qué haces aquí?
—Pienso y escribo… Escribo un relato que nos incluya.

Su respuesta me intrigó, como todo en él. Algo dentro de mí me motivaba a dilucidar su identidad, pero al mismo tiempo me lo impedía. Formulé un cuestionamiento, bastante ingenuo:

—¿Y tu relato tiene un final feliz?

Hubo un silencio por varios segundos y luego adujo,

—No. La felicidad es un asunto muy simple. No tendría caso escribir algo así.

Justo al terminar esta frase, el maullido del pequeño gato gris se escuchó desde el patio. Me distrajo unos segundos, y al volver la vista, el ente ya no estaba. Había desaparecido en esa oscuridad.

El hecho me turbó, me hizo pensar en la posibilidad de una alucinación, un escalofrío recorrió mi cuerpo y salí precozmente de la casona.

Siendo la última noche antes del Fin y dado que el Tiempo se encontraba confundido, quizás los sueños y los recuerdos se mezclaban en un cóctel cruel de desvaríos.

Proseguí mi camino, dejando atrás los caseríos, y me adentré en una zona despoblada rodeada de veredas circundantes.

La tensión se acrecentaba conforme transcurrían los minutos. Ráfagas violentas de un extraño viento malva me cimbraron. Los árboles se agitaban de un lado a otro, emitiendo un silbido que posiblemente invocaba a los espíritus arcanos. Las pequeñas luces de los pueblos que se apreciaban sobre las montañas se apagaron de repente, y entonces se escuchó un estruendo, que zarandeó a la tierra desde sus cimientos: era un terremoto.

A lo lejos, emergían llamaradas de fuego cian en las montañas.

Porque en la noche del fin del mundo, el fuego era cian y el viento, malva.

jueves, noviembre 15, 2007

EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (III).

III.
El deceso de la fe
(y una fugaz alegría)

Justo al caminar frente al pórtico de un templo, un hecho insólito acaparó mi atención: veinte personas, cuando menos, quebraban las lozas con picos y mazos. Niños y jóvenes, mujeres maduras y ancianos actuaban con desenfreno, cavando, removiendo la tierra, apartando el escombro, persiguiendo un propósito inaudito, que era el de enterrarse.

Se arrojaban a los nichos improvisados y clamaban ser cubiertos por la tierra. Su increíble ingenuidad los llevaba a creer que aquel subsuelo era sagrado, y que de algún modo, yaciendo allí podían salvaguardar su espíritu de las calamidades inminentes.


Sin embargo, ya era tarde.

Proseguí mi camino con indiferencia hasta internarme en la estación del tren subterráneo, un sitio sumamente parco y gris que día tras día atestiguaba miles de historias de extravíos y despedidas. Allí, en el corazón de lo profundo, intrincadas estructuras de metal y concreto aturdían la visión, impregnando los espacios de una tensión que se verificaba en cualquier elemento, fuesen los rieles gastados, los vagones oxidados o los relojes intermitentes.

Un joven entrado en los treinta años se aproximó. Portaba el cabello relamido, gafas oscuras y un traje gris impecable.
—Disculpe, ¿me podría dar su hora?
—Son las once y diez, —respondí, observando mi reloj de pulso.
—Gracias, es usted muy amable.

Acto seguido, desvié la atención hacia algún punto del suelo. Allí, escondido entre los rieles y las piedras de balasto chillaba un gato pequeño, de unas cuantas semanas de nacido. Fijó su mirada en mi semblante mientras maullaba con intensidad. Cuando me tiré al suelo y extendí un brazo para extraerlo, irrumpió el claxon del tren, provocando que el gatito se escabullera… En unos cuantos segundos, el tren pasó de largo frente a mí.

De modo furtivo, unos cuantos metros adelante, el joven del traje gris se arrojó sobre las vías.

Desconcierto, gritos, conmoción...

(No sentí la menor lástima por él.)

En cambio, una urticante curiosidad por conocer el destino del gatito recorrió mi cuerpo. Con cautela me asomé bajo el tren paralizado…

Y allí estaba, presto a dar un brinco hacia el andén para luego perderse en la zona segura de abordaje.

Sentí gran ánimo por él: tenía ganas de vivir un poco más, y lo logró.

martes, noviembre 13, 2007

EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (II).

II.
El Funeral de los Tiempos

Desperté con sobresalto minutos antes del amanecer.
(Aunque es probable que esto jamás hubiese sucedido).

En mi condición anímica no distinguía entre la realidad y la ficción, ni las horas de sueño y las de vigilia. Me abrumaba la nostalgia, la angustia, el enojo… Nada nuevo. O quizás sí: una tristeza añeja e inaudita.

Una creciente melodía, proveniente de todas partes (y de ninguna) se infiltraba en mi mente, al momento de descorrer la persiana. Entonces me asomé al mundo, como si hubiese sumergido medio cuerpo en un balde de aceite hirviente. Esa mañana, el alba despuntó con matices marrones, siniestros e irrespirables. Afuera, millones de seres seguían muriendo, mientras yo sólo mantenía vigentes los últimos anhelos. Quería concluir el viaje, llegar al sitio donde solíamos encontrarnos y presenciar el Fin, como en el sueño recurrente.

El Tiempo se había vuelto muy confuso, y en sus desvaríos, nos estaba envolviendo a todos. Avizoré el reloj de la plaza central marcando las seis y media de la tarde. Y luego el mediodía. Unos segundos después marcaba la medianoche.

En el ambiente, en medio del caos y la entropía, imperaba la sensación de que al igual que el tiempo, todo terminaría por irse al carajo muy pronto, en cuestión de horas. La sensación se percibía en cualquier circunstancia, en cada pensamiento, en cada mirada. Estaba presente en el sorbo del café, en el humo del tabaco, en el aliento agridulce de un beso ausente, en la erección no compartida.

Contemplé con pericia cada uno de los elementos que se hallaban dispuestos en la habitación: un buró, un cenicero, un televisor, un perchero, un espejo... Objetos del mundo que durante varias épocas dieron origen y atestiguaron miles de historias, y en cambio ahora, carecían de sentido.

La vida es así: al final uno lleva consigo sólo aquello que aprueban la conciencia y la memoria.

Salí del hotel y caminé hacia el centro de la urbe. A mi paso, pude percatarme que las calles lucían hediondas y decadentes; los transeúntes sangraban y se desvanecían. Iban dejando rastros de su inmundicia en las aceras del olvido, impregnando el suelo de color escarlata. ¿Cuán vacías debían estar sus vidas? ¿Las de aquellos quienes en su diario existir no habían aportado sino penurias, mediocridad y miseria?

Los observé con cautela: lucían tensos y preocupados. Quizás cada uno iba derramando su sangre de modo voluntario hasta desfallecer. Otros aceleraban el paso perdiéndose en los tonos grisáceos de la ciudad, mezclando sus días y sus noches con el sin-sentido del Tiempo.

Ya ni siquiera se mostraban consternados por las noticias del mundo. Una marejada de información fluía de modo perturbador cada instante, desde los puntos más inimaginables del orbe: un Papa había salido huyendo de Roma, pisando cadáveres. Se refugió por unas horas en otro continente y días después murió torturado. Occidente se desmoronaba con precipitación, en tanto que las pandemias y la barbarie arrasaban con el hemisferio. Oriente había rechazado la amnistía y se aprestaba a reconfigurar sus frentes de batalla... La guerra continuaría.

Pero lejos de lo que podría pensarse, la guerra y el caos desatado ya no eran motivos de estupor, ni de charla en los sitios públicos, ni de burla, ni de blasfemia. Cuando menos durante un día (sobre todo ése, que podía ser el último) mucha gente intentaba conceder sentido a sus vidas, aquel mismo sentido que se había privado por años.


Y yo había consentido hacerlo, al igual que ellos.

Quedaba claro que el mundo se encaminaba con premura a la aniquilación. Ningún lugar estaba a salvo, ninguno tenía la capacidad para mantenernos seguros, ni vivos... Ni muertos.

A menudo me preguntaba, ¿cuántas ciudades existían en el mundo? Si sólo éramos seres a medio terminar, que buscábamos nuestra esencia complementaria, ¿cuántas calles debíamos recorrer hasta encontrarla? ¿Cuántas historias debían narrarse hasta caer por fin, en un sueño que nunca terminara? ¿Un sueño recurrente podía convertirse en realidad ? Por lo menos una ocasión, después de tanto andar, me hubiese gustado hallar el crucero donde confluían todos los senderos.


Las calles mostraban secuencias perturbadoras de ruido y agonía: autos colisionando en las esquinas, hombres huyendo despavoridos, una anciana pregonando frases absurdas de redención erguida sobre un pedestal... Si por ese entonces alguien hubiese permanecido completamente en sus cabales, no lo habría soportado.

No cabía la menor duda: ante mí, trancurría con demencia magnífica el Funeral de los Tiempos.

domingo, noviembre 11, 2007

EL ÚLTIMO DÍA DEL OTOÑO (I).

I.
Sombras y líneas perdidas
[La nota póstuma]


Melancolía y Tinieblas...

Legiones de sombras se extienden sobre el mundo: flotando, volando, arrastrándose. Surcan el horizonte y se infiltran en las profundidades del mundo, avanzando con premura.

No te lamentes.


Ya no existe el Tiempo tal como lo concebimos, ni tampoco existe sitio seguro alguno. Tendrás que aprender a vivir y convivir con sombras mientras subsistas, cuando camines, cuando cruces nuestros parques con sus lozas partidas, vires la mirada y sean siluetas negras tu única compañía, ocultas, pero siempre presentes en los escondrijos de la memoria.

Pronto las fuentes de esos parques sólo contendrán cenizas, y tu espíritu morará aturdido entre cenizas, también. Durante tus últimos instantes (que podrían parecerte años, e incluso décadas) serás una sombra más, caminando entre mórbidas ausencias, soportando el transcurso confuso de las horas.

Al final, te desvanecerás entre esas sombras, al igual que yo. Estas líneas se perderán y no estarás ahí para leerlas. Llegado el último minuto, serás incapaz de ocultarte en el vacío del orbe. La alfombra brillante te acechará y perpetuará tu imagen en su visión. Quizás, con un poco de suerte, te hará evocar ciertos recuerdos: una noche gélida con miles de estrellas centelleantes, el manto mágico de la aurora, fuego cian, viento malva y los ecos de una melodía que logre estremecerte… Como sucedió una vez.


“The stars that shine
and the stars that shrink
In the face of stagnation

the water runs
Before your eyes…”

jueves, noviembre 08, 2007

¡NOVIEMBRE! Un prólogo.

El hombre que observaba las estrellas
desde el borde del mundo


Durante la Edad Media, se creía que
quienes observaban las estrellas
y se adentraban a conocer los misterios del universo
estaban condenados a caer en el vacío…

Después de todo, quizás el mito era cierto.

ESTE BLOG CUMPLE TRES AÑOS.

Durante ese lapso, ha servido como algo más que un simple recurso literario, constituyéndose como un referente personal y un testimonio de vida, almacenando un sinnúmero de vivencias, relatos cortos, conteos musicales, reseñas discográficas y bibliográficas, efemérides astronómicas, así como apreciaciones e interpretaciones de la realidad política, socioeconómica y cultural de la región y el mundo.

Por tanto, durante tres años este espacio se ha erigido como ejemplo, símbolo y señal de todo aquello que me conforma.

Aunque en realidad, mi primer “Breviario” (no en formato digital) surgió tiempo atrás, en el año 2000. Por ese entonces tenía una imperiosa necesidad de relatar lo que vivía, cuando contaba con 20 años… De repente ya tenía 22. Y cuando me percaté, tenía 24. Los años transcurrieron con premura, y con ellos, cada primavera y cada verano apresuró su marcha. No hubo que esperar mucho para el comienzo del otoño (aunque francamente, las últimas temporadas de estío se han vuelto tediosas y monótonas), ni tampoco para noviembre, mi mes dilecto del año.

Cada noviembre, durante los últimos cinco años, he ido escribiendo un relato, retomándolo sobre todo en días lluviosos (porque en mi caso, resultan idóneos para entrar en "trance narrativo"). Contrario a la idiosincrasia de la mayoría, una tempestad otoñal no le resta encanto a la vida, sino al contrario: la vuelve más intensa y emotiva.

El relato en cuestión fue creado a partir de una experiencia verídica. Una herida ácida, que dejó una cicatriz y quedó tatuada. Y comenzó también con un sueño, que por varios lustros se ha vuelto recurrente. Ha sido un sueño tan extraño y complejo como la vida misma, o bajo una óptica superior, como la prehistoria y la historia de nuestra civilización, e inclusive como el origen y la expansión del universo.

Siendo un producto del subconsciente, el sueño carece de lógica y del mínimo sustento científico, lo cual le otorga un toque bastante acorde con nuestro Tiempo; durante el mismo, me hallo flotando, suspendido en algún punto distante del infinito mientras sopla con fuerza el viento cósmico, muy frío, que me transmite una sensación suprema de sosiego.

De modo similar a las imágenes que aparecen en programas televisivos sobre geofísica y astronomía, en mi sueño viajo entre cientos de lunas y planetas, cometas y asteroides… Incluso puedo apreciar, en la lejanía, galaxias enteras, de extrañas formas espiraladas y otras cuyos astros luminosos se unen mediante líneas y curvas rojas, formando símbolos complejos que en estado de vigilia no he logrado recordar, (tal como suele representarse a las constelaciones en los mapas celestes).

Hace algunos años hallé esta pintura de Michael Whelan

estableciendo de inmediato una semejanza con el sueño citado.

La influencia del sueño ha sido tal, que por varios años he dedicado parte de mi tiempo libre a observar el cielo nocturno, como un aficionado que —tras posicionar, calibrar y colimar el telescopio—, se asombra de los sucesos que acontecen en la bóveda celeste.

Desde tiempos remotos, ciertos seres humanos hemos observado las estrellas con distintas pretensiones:

Para comprender la finitud,
Para interpretar el presente y predecir el futuro
Para teorizar el origen y la evolución del Universo
Para satisfacer la necesidad espiritual…
O para encontrar la esencia de sí mismos.

Sin embargo hoy en día, y a lo largo de estos años, no he conocido a nadie más que se conceda tiempo para observar los astros, quien conozca el nombre de las constelaciones y esté pendiente de la luna. Debe ser porque en nuestro contexto cotidiano, y por consiguiente, mi realidad inmediata, es más fácil cavar un hueco en la tierra hasta encontrar agua, que buscar un océano en el firmamento, y atreverse a volar para encontrarlo. Suena como un disparate (pero aún así, es una posibilidad).

Por tanto, (y con cierto pesar), he llegado al punto en el que estoy convencido de que todas aquellas aspiraciones e ilusiones que caben en el margen de las posibilidades de esta vida, se encuentran al norte del Trópico de Cáncer.

(Sea esto entendido en sentido tanto literal como figurado).

Por lo demás, las noches del mundo, desde aquí, sólo pueden proveer a un ser humano que gusta de observar las estrellas de viejos y conocidos rituales vivenciales:

Tríadas y sexo hasta el hastío,
Falos erguidos y besos profundos,
Gemidos y susurros de la líbido,
Miradas y orgasmos compartidos,
Ajenjo y alimento espiritual,
Arduo trabajo editorial hasta el amanecer,
La compañía de amigos entre vino y velas,
Raves y noches electrónicas,
Momentos acústicos y conciertos inesperados,
Lecturas apasionantes y doctrinas apócrifas,
Sueños recurrentes y gatos ronroneantes.

Y aunque esta retahíla de sucesos aún pudiese emocionar a unos cuantos, lo cierto es que después de vivirla por varios años, termina por convertirse en un tedio. Al final, todas esas noches son iguales e importan muy poco los detalles.

Sólo existe algo que puede otorgarles validez, y es el hecho de seguir observando las estrellas, esperando esa última oportunidad para emocionarse por los enigmas del Universo. Y tal oportunidad no llega estando solo.

De modo que mi sueño recurrente se ha vuelto una maldición.

Sin duda alguna, la mejor parte de esta vida proviene de nuestra capacidad para conocer y sentir, y en esa medida, de la capacidad para expresarnos (en mi caso, escribiendo). Aunque esta forma de expresión, en nuestros días, ha llegado a convertirse en un oficio devaluado: el mundo de hoy necesita más de sicarios y muhaidines —personas dispuestas a estallar sus vísceras en pro de determinadas causas ideológicas—, y de políticos despóticos, demagógicos y elucubradamente populistas, que de escritores.

Nuestro Tiempo es un ocaso tenebroso, al que pronto engullirá la noche.

Por lo que a mí respecta, después de haber vivido las noches anteriormente mencionadas y tomando en cuenta las consideraciones preliminares, pienso que aún me queda una noche por desear, expandiendo la magia que todavía vaga en el mundo con el resto del universo, donde se conjuguen, también, los deseos y los recuerdos.

No será una noche de viento y lluvia, ni de niebla o nieve. Ni tampoco de estrellas fugaces y eclipses lunares o penumbrales como los que he mencionado a través de este blog en su momento.

Será la última noche del mundo,
Cuando el manto de la aurora se despliegue sobre las tierras ignotas.

Habiendo establecido este preámbulo es como da inicio el relato. No como un sueño, ni un recuerdo o un presagio. Mucho menos como un tributo. Sino como una narración casi olvidada que habrá de marcar una pauta distinta en los días que habrán de venir.

Sea pues, publicado en el transcurso de noviembre.