V.
Abadón y la medianoche
Una vorágine de relámpagos, imágenes fractales y emociones encontradas sobrevinieron al terremoto. En cuanto el movimiento se disipó, corrí hacia una vieja ermita, situada en las inmediaciones de un área despoblada.
Todo lo que quedaba de la construcción eran unos cuantos paredones, restos de una cúpula, fragmentos de columnas y escombros apilados. Al parecer, había sido saqueada y destruida previamente, como la mayoría de los templos. Aquellos recintos que en un tiempo habían servido de santuarios para honrar solemnes ceremonias con objetos de oro y atavíos, ahora se reducían a ruinas de yeso, resina y roble. Si acaso, lo único que perduraban eran las campanas, para señalar el Fin.
¿Qué clase de personas habían sido aquellas, quienes depositaron su fe en efigies sangrantes? ¿Qué hicieron cuando se percataron de tal superchería? Era todo lo que querían creer, por tanto creyeron. Y luego no eran nada. Vieron su espíritu reducido a polvo: estaban solos. Y en su soledad se inmolaron ante el miedo de tener que ser su propio Dios y sus demonios.
Allí, entre sombras y demonios, me recosté boca abajo y sentí el frío que despedían los mosaicos marmóreos, y a pesar del frío, sentí calor.
Una presencia me estremeció.
Era un sujeto alto —un metro y noventa centímetros, por lo menos—, y muy esbelto. Debía llevar drogándose toda la vida, —pensé—.
Mostró una sonrisa maliciosa, luego me observó y soltó una carcajada.
—¿Quién eres? —Cuestioné desconcertado.
—¿Quién podría ser, en este instante?
—De principio, cualquier idiota.
Se contuvo unos segundos y de inmediato lanzó otra carcajada.
—¿Cuál es tu nombre? —Me escuché preguntar de nuevo, con insistencia.
—Mi nombre no importa. He recibido tantos a través de los eones que hace mucho lo olvidé. Dame el que más te agrade… Abadón, si gustas.
Es apropiado para esta noche.
Un pequeño gato brincó sobre nosotros. Se detuvo mirándolo, maulló, y luego pasó de frente.
Abadón y la medianoche
Una vorágine de relámpagos, imágenes fractales y emociones encontradas sobrevinieron al terremoto. En cuanto el movimiento se disipó, corrí hacia una vieja ermita, situada en las inmediaciones de un área despoblada.
Todo lo que quedaba de la construcción eran unos cuantos paredones, restos de una cúpula, fragmentos de columnas y escombros apilados. Al parecer, había sido saqueada y destruida previamente, como la mayoría de los templos. Aquellos recintos que en un tiempo habían servido de santuarios para honrar solemnes ceremonias con objetos de oro y atavíos, ahora se reducían a ruinas de yeso, resina y roble. Si acaso, lo único que perduraban eran las campanas, para señalar el Fin.
¿Qué clase de personas habían sido aquellas, quienes depositaron su fe en efigies sangrantes? ¿Qué hicieron cuando se percataron de tal superchería? Era todo lo que querían creer, por tanto creyeron. Y luego no eran nada. Vieron su espíritu reducido a polvo: estaban solos. Y en su soledad se inmolaron ante el miedo de tener que ser su propio Dios y sus demonios.
Allí, entre sombras y demonios, me recosté boca abajo y sentí el frío que despedían los mosaicos marmóreos, y a pesar del frío, sentí calor.
Una presencia me estremeció.
Era un sujeto alto —un metro y noventa centímetros, por lo menos—, y muy esbelto. Debía llevar drogándose toda la vida, —pensé—.
Mostró una sonrisa maliciosa, luego me observó y soltó una carcajada.
—¿Quién eres? —Cuestioné desconcertado.
—¿Quién podría ser, en este instante?
—De principio, cualquier idiota.
Se contuvo unos segundos y de inmediato lanzó otra carcajada.
—¿Cuál es tu nombre? —Me escuché preguntar de nuevo, con insistencia.
—Mi nombre no importa. He recibido tantos a través de los eones que hace mucho lo olvidé. Dame el que más te agrade… Abadón, si gustas.
Es apropiado para esta noche.
Un pequeño gato brincó sobre nosotros. Se detuvo mirándolo, maulló, y luego pasó de frente.
—¿Es tuyo? —Le interrogué.
—No puede ser mío ni de nadie más. Él me ha elegido, pero no sé por cuánto tiempo. Es un gato, entra y sale de este mundo, aprecia la eternidad. Duerme contemplando las vivencias de otras vidas. Con un poco de suerte nos volverá a unir en su memoria.
A medida que fluía su respuesta, comprendí que cualquier intento por conocer a fondo su identidad resultaría infructuoso, y como tampoco era mi prioridad hacerlo, dirigí la charla hacia un tópico distinto.
—¿Crees que aún exista la idea del ‘futuro’?
—No para nosotros, pero para un gato… Sí.
Los gatos usan el tiempo a conveniencia. Captan nuestra realidad en sus ojos y luego la despliegan en otro mundo. Ése es el reino del ‘Tapetum Lucidum’, o como gustes llamarle. Seguro que has notado cómo brillan los ojos de un gato por la noche…
—Claro —respondí.
En ese instante recordé al gatito de la estación, al que habitaba en la casona ruinosa y los asocié con el que recién había visto, ¿En todos los casos se trataba del mismo felino?
Ésta es la razón por la que los gatos se pierden y desaparecen —prosiguió—. A veces en una tarde de viento, otras durante varias noches…Y con frecuencia, durante unos instantes. En realidad acuden a un sitio que escapa a la razón humana. Y en ese paraje, conjugan al tiempo. No hay pasado ni futuro. Los sueños se convierten en recuerdos, y los anhelos en misterios. Todo constituye un artilugio.
Concluida esta frase, cientos de sombras furtivas giraron en torno a nosotros, emitiendo miles de sonidos. Y entonces, por varios minutos, todo se detuvo.
± ± ± ± ± ±
—¿Qué sucede? —Pregunté aturdido.
—Es el Universo: está colapsando. Disfrútalo. Piensa en los cientos de espíritus que habremos de existir solos entre las ruinas y las cenizas del orbe.
Nos convertiremos en ausencias que morarán en los sitios más recónditos. ¿Acaso no lo has notado? Los últimos días transcurren infestados de sombras solitarias, y con suerte, en un desajuste del tiempo, puedes toparte con la tuya.
—¿Y qué es lo que puede hacerse, con el tiempo que queda?
—Haz lo que más te plazca: sal a caminar un poco, recuerda una vieja canción escribe, observa el cielo…
En un parpadeo, el sujeto se había desvanecido, de modo incomprensible.
No pensé más y corrí hacia afuera. Una serie de relámpagos multicolores surcaron el firmamento.
Faltaban menos de dos minutos para la medianoche.
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