martes, noviembre 01, 2005

¡Noviembre! La invocación.

El undécimo mes del año se abre paso con un hálito de misticismo y folklor. Resulta sumamente interesante pensar que por años y por siglos tantas tradiciones hayan honrado a la Muerte dotándola de un impresionante simbolismo, convirtiendo a la propia celebración en un momento perfecto para morir, (para quienes morir es trascender).

Las puertas están abiertas: vivencias, relatos que perduran sobre el tiempo. Todo relato conlleva una invocación. Escribimos para invocar anhelos, recuerdos o ideas imposibles en nuestro contexto, o por el contrario, escribimos plasmando el contexto propio. Escribimos sobre espíritus y al hacerlo dejamos testimonio del nuestro.

Presento a continuación un relato muy ad hoc para estas fechas. Partió de una conversación con La mujer sin sonrisa, luego se instaló en mi memoria, y terminó en un sueño. O quizás no: terminó publicado en estas líneas, otorgándole vigencia al personaje principal, a quien imagino vagando en algún lugar fuera de la comprensión del tiempo y del espacio humanos.

Justo hace un año, un primer día de noviembre, el viento soplaba con menor fuerza que la de ahora (pero con superstición semejante), la misma que nos lleva a indagar en lo desconocido y evocar sueños confusos. Yo estaba ahí, sentado en una terraza frente a La mujer sin sonrisa, contemplando los dos volcanes que enmarcan el paisaje.

Y fue entonces, cuando comenzó a relatar...

Un sueño, hace más de veinte años... Con suerte treinta. En alguna tarde de los años setenta, estando sola en casa, un primer día de noviembre, se quedó dormida.

Súbitamente se levantó. Caminó hacia el patio trasero y observó varios potreros y tierras baldías que desde hacía mucho tiempo atrás ya no existían. Pero ahí estaban. Los muros y calles que debían suplantarlos aún no eran trazados.

Y desde algún punto distante, una mujer se acercaba. Vestía de blanco y se aproximaba velozmente. No parecía caminar, sino que más bien 'flotaba' sobre el terreno.

Una desesperanza se apoderó de La mujer sin sonrisa, quien corrió de regreso a la casa y cerró con un candado la puerta que conectaba con el traspatio (misma que hace mucho ya no existe).

Todo en vano, la mujer de blanco atravesó la puerta y se detuvo justo en frente a La mujer sin sonrisa.

Extendió sus manos, como esperando ser correspondida. La mujer sin sonrisa la tocó y en ese instante el miedo se desvaneció. No era miedo lo que sentía, no era un espectro. No se trataba de una aparición al más puro estilo de La Llorona o El Cadejo. Sin embargo, vio fijamente su rostro y supo que era un espíritu. Una mujer de belleza muy extraña, de facciones finas y ojos brillosos, muy esbelta, que de algún modo le infundió tranquilidad, y le hizo saber que tenía mucho tiempo (aún más que el tiempo de los humanos) visitando ese lugar.

-No he venido a asustarte- le dijo, mientras se dirigía hacia un muro junto a la cama y colocaba sus manos sobre él.

-Aquí hay algo debajo, para tí.

Consternada, La mujer sin sonrisa se acercó y preguntó su nombre.

-Debo irme, contestó La mujer de blanco.

Acto seguido, se dirigió hacia la puerta frontal de la casa y una vez más volteó a ver a La mujer sin sonrisa, quien la seguía.

-Pero dime tu nombre, ¿Cómo sabré quién eres?
-¿Para qué quieres saberlo? Preguntó La mujer de blanco.
-Para agradecerte.
-Mi nombre es Nepes Ibrum.

Habiéndolo dicho, La mujer de blanco atravesó la puerta frontal de la casa, sin siquiera abrirla. Esto no impidió que La mujer sin sonrisa la abriera y viera cómo Nepes Ibrum, La mujer de blanco, se desvanecía a mitad de la calle internándose en el asfalto.

Tras presenciar una experiencia tan extraña, lo primero que se le ocurrió a La mujer sin sonrisa fue tomar un lápiz y papel junto a la puerta y escribir el nombre de La mujer de blanco.

Luego se dirigió al muro que estaba junto a la cama y de nuevo se quedó dormida.

O posiblemente, todo había sido un sueño. Extraño en verdad, pero un sueño, a fin de cuentas.

De no haber sido porque en efecto, el papel junto a la puerta tenía escrito el nombre "Nepes Ibrum", como corroboró unos días después.

Por supuesto, La mujer sin sonrisa conservó la nota entre las páginas de un libro. (En muchas cuestiones nos hemos de parecer).

Ahora, soy yo quien guarda dicha nota, aunque el nombre de 'la espíritu' y el suceso aún me intrigan.

Sea cual fuere su misión, se ha convertido en un buen relato para estas fechas.

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