Es la noche más ventosa en lo que va del año. Corre un viento desbocado, sus rachas han tapizado el césped y los andadores de hojas secas y amarillentas.
Me encuentro sentado en la banca más alejada del parque, solitario. Los distantes sonidos urbanos se mezclan con los arbóreos, produciendo un silbido siniestro, que por supuesto, resulta acogedor.
Las lámparas del alumbrado público se apagan por momentos, y esto remata de extrañeza a la escena.
Conozco bien este parque, tanto por sus leyendas como por los recuerdos personales. He venido aquí desde que tengo memoria, y a pesar de que sus dimensiones han permanecido intactas, pareciera más estrecho ahora en relación con los días de los tempranos años ochenta.
Aquí aprendí a andar en bicicleta, y me atrevería a decir que también aquí a caminar solo, en los tiempos en que aún se observaban globos aerostáticos surcando el cielo serrano. La mujer sin sonrisa sujetaba con fuerza mi mano, me atravesaba la calle y al llegar al parque me soltaba: así tomé posesión del mundo, con todos los males y achaques que por entonces ya implicaba.
Incluso podría evocar las canciones de aquellos días, Don't stop believin' de Journey en la radio.
El diseño del parque es circular, tiene un kiosco al centro y alrededor de éste varios andadores concéntricos.
He venido aquí en cada tiempo de mi existencia. He recorrido cada andador partiendo desde el kiosco, como una metáfora de mi vida. Tantas canciones, tantas personas que me han acompañado, y al final, sólo yo.
Así fue con mi hermano, 18 and life, con la amiga de los unicornios, y después, cuando llegó el tiempo de las sombras, Turn my head y las plegarias astutas Call me a dog.
Silencio. Idilios engañosos: las noches de semen compartido, All is full of love.
Y entonces sobrevino el vacío, las despedidas, el exilio, My bad cover version of love y los instantes imposibles, cuando añoraba este lugar, y al mismo tiempo, visitaba muchos parques, en tantos sitios alejados...
Ahora estoy de nuevo aquí, sentado en la banca más distante. Por el momento, traigo en mente Everybody's gotta learn sometime, de Beck.
¿Qué sigue?
He adquirido una habilidad furtiva por asumir con gusto esas etapas cuando el viento azota, arrasa y nos traspola, muy similar a lo que Maruja Torres describió como "anhelar estar cubiertos por la tierra."
Es en noches como ésta cuando me doy el gusto de odiarme a mí mismo, sólo por existir.
Quién sabe, tal vez no sea por mucho tiempo.