viernes, julio 15, 2005

Constelaciones veraniegas.

La silueta de la luna muestra sólo una mitad, como si la otra hubiese sido comida por algún ente sideral hambriento de ilusiones. Y alrededor de ésta, deambulan estrellas, una por cada orgasmo, por cada crónica bifálica que se urde cada noche.
Alzo la mirada y las observo, ¿qué llevó a los griegos de la Edad Antigua a encontrar figuras en la disposición de las estrellas?
Fantasías, ansias por glorificar héroes, por crear mitos...
Felaciones.
Y entonces alguien viene y se postra frente a mí, su estatura es perfecta y ni qué decir de su semblante; comenzamos a besarnos en medio de un tumulto de ravers, poco me importa el mundo ya y por el contrario, me excita bastante el voyeur. Pronto entramos en acción. Tomo la iniciativa, luego me lame, me muerde, me engulle, me vengo... ¡Grrrrrrrrrr!
Ilusiones, sólo eso.
Ese alguien no existe.
Son estos pensamientos los que hace cientos de años llevaron a los hombres a imaginar figuras entre las estrellas.

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