sábado, julio 09, 2005

El balcón de los delirios.

Existe en la ciudad un punto de reunión muy céntrico, no para el común de los transeúntes sino más bien, para un grupo de amigos muy cercanos, todos ellos gente de paso. Desde allí pueden contemplarse terrazas, azoteas, edificios, lagos, calles avenidas, tiendas y algunas zonas boscosas.
Creo que es uno de los sitios escasos en donde cobra relevancia el aquí y el ahora, como un hecho lúdico y enajenable.
Fumar cualquier sustancia desde allí, en medio del todo y la nada, de la cotidianidad, de los momentos de placer que dan sentido a la vacuidad, de los puntos álgidos de la monotonía, simplemente otorga validez a los días en esta ciudad.
Incluso las buenas historias, que son escasas, pero existen, pueden venir a la mente desde allí. Las malas, por supuesto, siempre vendrán desde cualquier punto.
El balcón de los delirios, como lo llamo, resulta un paraje suspendido en el tiempo, dentro del mundo-de-todos, que a fin de cuentas, no pertenece a nadie, ni siquiera a uno mismo... O a las sombras, cuando mucho.

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