Esta tarde me he puesto a escuchar discos viejos, y entre ellos, al que ocupa el sitio primigenio en mi memoria: el soundtrack de The Graduate, de 1967.
Me quedé dormido
Entre sueños, visualicé a una mujer que me llamaba y sabía todo sobre mí. Se sentó a un lado de la cama y se quedó observándome, pasmada. A decir de su semblante, tenía algo más de 50 años, pero sobre su espalda cargaba cuando menos, el triple de melancolía.
Se recostó a un costado, al tiempo que la versión de Scarborough Fair de Simon & Garfunkel comenzaba.
La atmósfera se infundió de una tranquilidad solemne, el tiempo parecía estático: pasado, presente y con suerte hasta futuro convergían en un mismo instante.
Los arreglos sesenteros de la versión, otrora un cántico vulgar del medievo, acompasaban con armonía pausible la escena.
De súbito, la mujer se incorporó y avanzó en dirección a la puerta de la recámara. Antes de salir volteó y me observó de nuevo, y entonces desperté.
No fue un sueño: frente a mí estaba La mujer sin sonrisa, y como es su costumbre, guardaba silencio.
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