Hasta ahora empiezo a entender de qué se trata.
He permeado las sensaciones de estos últimos diez años -por lo menos-, a través de filtros monocromos. Suelen ser grisáceos, como las fotografìas viejas; y sólo momentáneamente adquieren matices azules, yendo del turquesa al que es oscuro y profundo, como los cielos invernales. Éstos me los reservo para los buenos ratos con los amigos, para la música y el vino.
Los instantes conmigo mismo merecen tonos ocres, cuando salgo a caminar y me pierdo en las calles del mundo.
En algún tiempo hubo un nuevo croma: era un líquido rojo escarlata, como la sangre. Estaba contenido en un gran matraz de dimensiones irregulares y lo portaba con ambas manos y a veces con alguien más. Adquirió trascendencia porque sobresalía de los tonos grises que lo rodeaban. (Me viene a la mente compararlo con el video Cocoon de Björk, dirigido por Eiko Ishioka).
Pero era un matraz frágil. Abruptamente se quebró un mal día -el peso compartido que lo sostenía se desequilibró-, y el líquido fluyó, se desbordó en un caos, se derramó en la Tierra. Salpicó manchas de semen, de lágrimas y de sangre que en poco tiempo se desvanecieron. Y de nuevo todo fue árido y grisáceo.
Perdí el interés en los cromas rojos, (aunque las manchas latentes eventualmente reaparecen). No creo que exista una metáfora capaz de expresar lo que sucede cuando esto sucede, si acaso, es como de repente toparse con cierto rostro, cierto cuerpo, cierto espíritu y evocar de inmediato a Ute Lemper, a Alison Moyet o a Beth Gibbons cuando, interpretando una canción, aumentan la potencia y se desgarran la voz.
Siento escalofríos si me concentro en tales imágenes...Y luego todo es divagar al respecto.
Agradezco haber experimentado esa sensación ayer. Ya estoy esperando a que suceda de nuevo. ¿Crees que así sea?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario