lunes, agosto 01, 2005

Sobre cítricos del supermercado y aportes de vida.

Cuando en algún momento del año 2000, hace escasos cinco años, un profesor de la Universidad me sugirió leer a cierto autor rumano nacionalizado francés (el desconocido por mí en ese entonces y ahora imprescindible Émile Cioran), intuyó de alguna forma que todo lo que pudiese escribir, a partir de ese día, sería un "antes y un después de Cioran".
A la postre, tuvo razón.
Y todo como resultado de haber leído un bizarro relato mío sobre la melancolía.
Pablo, el profesor, mencionó: "eres como Cioran sentado en un parque francés, disfrutando del bombardeo nazi".
La imagen me estremeció. Por supuesto, luego de conocer -y eventualmente, volverme adicto- a la obra de Cioran, me sentí un poco avergonzado de leerlo hasta entonces, y al mismo tiempo, comprendí que debía ser así, pues de haberlo leído unos años antes, no lo habría entendido.
No es lo mismo leer a Michael Ende a los 11 años que leerlo a los 30, como tampoco sobredosificarse el Prozac nation de Elizabeth Wurtzel a los 21 que a los 25.
Ahora que lo pienso, los autores que han nutrido mis días llegan cuando deben hacerlo: no fue ninguna casualidad encontrarme una antología de cuentos de H. P. Lovecraft en una librería de segunda mano cuando tenía 14 años, y disfrutar sus relatos recostado sobre una lápida del cementerio antiguo.Those were the days...
Precisamente siguiendo a Lovecraft, esta mañana el Hierofante (sujeto cómplice de aprobar mi tesis sobre Grunge y la Cultura de la Depresión, y elevarme a la vana y soez categoría de "Licenciado" (tan absurda en este país que hasta un político la ostenta), me ha enviado un correo con varias recomendaciones respecto a autores que debería consultar.
¡Dios! -es un decir, pues ya sabemos que no existe ¿ok?- ¿Hasta qué punto debo dar la impresión de ser un tipo "ácido"? No lo sé, pero por suerte, tampoco tengo pudor para hacer una pausa y pensar un poco al respecto.
Al punto: el Hierofante, comparándome con el limón más agrio del supermercado local, enfatizó un autor, justo a la médula:
"Debes leer a Michel Houellebecq."
Las primeras reseñas son orgásmicas: dan cuenta de un tipo depresivo que alguna vez fue a parar al psiquiátrico. Suficiente. Baste una frase para resumirlo:
"No hay que temerle a la felicidad: pues no existe."
Me ha dejado extasiado, tanto como la voz de Moz. O como la idea de que Gheesh podría existir fuera del Internet, caminando en cualquier calle de Madrid. Y mientras eso sucede, yo escribo estas líneas, a miles de kilómetros de distancia.
¿No es patético?
Por supuesto:
Es verídico.

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