El suceso que marcó el fin de semana ha sido el regreso de uno de los amigos más interesantes con quien me haya topado en estos últimos años. Si su estancia es provisional o hasta cierto punto permanente, poco importa: por ahora está aquí, en esta jodida ciudad serrana. De todo lo que ha dicho (y quizás sea el personaje con más labia sensata y creíble que conozco), una frase me caló en la médula: "ahora no sé bien quién soy. He estado tanto tiempo fuera, compartiendo un mundo que no era el mío, que ahora regreso y siento que perdí la parte esencial de lo que solía ser."
Me quedé pensando al respecto, primero bajo la influencia del vino y ahora sobrio, merodeando por la ciudad y después zambulléndome en el río. No hay más: precisamente superé esa etapa, por ahora. Regresé a casa y escudriñé cosas viejas, como cintas grabadas de la radio y textos que escribí hace unos diez a catorce años, (1991- 1995).
Uno de ellos me ha llamado la atención: "vivir los tiempos como en un ritual de goecia, dentro de un círculo de fuego, girando en espirales." Precisamente, me había olvidado de darle ese sentido a los momentos. De repente podría ser bueno creérse las supercherías, no pensar tanto, dejarse cautivar por las pueriles historias de Dioses y ángeles caídos... Apreciar alegorías.
Hubo un tiempo (o más bien debo decir, fue en ese entonces) cuando la dupla Jim Steinman/Meat Loaf me parecían el principio y el fin de toda la música que debía escucharse. Back out of Hell II era épico (aún no orgásmico), escuchándolo a un nivel álgido de decibeles. Lo había olvidado. Como también olvidé -con todo el fervor necrófilo que me alienta a vivir poco, perdurando más- que por momentos detesté la idea de morir, me aterrorizaba, me causaba insomnio. Ahora sé porqué. La respuesta estaba encriptada en las líneas de un relato inédito:
"No me gustaría morir sin ser leído."
Doce años después, puedo darme el gusto de enunciar un epitafio,
"Después de mí, que el fuego consuma al mundo."
Me quedé pensando al respecto, primero bajo la influencia del vino y ahora sobrio, merodeando por la ciudad y después zambulléndome en el río. No hay más: precisamente superé esa etapa, por ahora. Regresé a casa y escudriñé cosas viejas, como cintas grabadas de la radio y textos que escribí hace unos diez a catorce años, (1991- 1995).
Uno de ellos me ha llamado la atención: "vivir los tiempos como en un ritual de goecia, dentro de un círculo de fuego, girando en espirales." Precisamente, me había olvidado de darle ese sentido a los momentos. De repente podría ser bueno creérse las supercherías, no pensar tanto, dejarse cautivar por las pueriles historias de Dioses y ángeles caídos... Apreciar alegorías.
Hubo un tiempo (o más bien debo decir, fue en ese entonces) cuando la dupla Jim Steinman/Meat Loaf me parecían el principio y el fin de toda la música que debía escucharse. Back out of Hell II era épico (aún no orgásmico), escuchándolo a un nivel álgido de decibeles. Lo había olvidado. Como también olvidé -con todo el fervor necrófilo que me alienta a vivir poco, perdurando más- que por momentos detesté la idea de morir, me aterrorizaba, me causaba insomnio. Ahora sé porqué. La respuesta estaba encriptada en las líneas de un relato inédito:
"No me gustaría morir sin ser leído."
Doce años después, puedo darme el gusto de enunciar un epitafio,
"Después de mí, que el fuego consuma al mundo."
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