"No todas las verdades deben contarse a todo el mundo".Clemente de Alejandría.El Evangelio Secreto de Marcos
Quizás sea debido a un fenómeno milenarista, o como resultado de una necesidad por sustentar y actualizar de modo recurrente los sistemas de creencias que durante dos mil años han influido en el estilo de vida occidental, pero no cabe duda que en los últimos años han salido a la luz pública una serie de evidencias históricas irrefutables que, amparadas por estrategias de publicidad, mercadotecnia y una excesiva difusión en determinados medios masivos, han llevado a miles de personas a conocer e indagar, e inclusive replantear los paradigmas que han conformado algunas doctrinas a las que —sea por predisposición cultural o por conversión voluntaria— han sido alienados.
No es de extrañar, por ejemplo, que la novela El Código Da Vinci, autoría de Dan Brown, haya suscitado un furor inusitado (y cierto recelo por parte de círculos cristianos conservadores) desde su publicación en 2003, al cuestionar una serie de hechos controversiales para la Cristiandad y proponer una versión alternativa del predicador Jesús de Nazareth, muy distinta a la que durante siglos ha sido aceptada y difundida por las Instituciones que han propagado su vida y obra, de acuerdo a sus propias interpretaciones y sobreinterpretaciones (léase Iglesia Católica Apostólica Romana, Iglesias Ortodoxas de Oriente, Copta, Armenia, Iglesias Evangélicas Protestantes, Movimientos Cristianos Independientes, y un largo etcétera).
Tampoco resulta extraño que en nuestros días, cientos de conjeturas e incluso argucias en torno a personajes históricos acaparen la atención, y que entre estos, reciba primacía la figura del profeta judío crucificado.
Ya en 2005, la presentación mediática a nivel internacional del Evangelio de Judas (cuya imagen aparece arriba), extraviado durante siglos y recién restaurado bajo el auspicio de la Nacional Geographic Society, vino a “refrescar” a nivel masivo la existencia de decenas, quizás centenares, de textos apócrifos que por diversos motivos —extravío histórico u ocultamiento premeditado, alejamiento de dogmas y doctrinas preaprobadas, revelación de conocimientos místicos y sectarios, narración fabulosa sin conexión directa, entre muchos otros—, fueron relegados del canon bíblico oficial. Otro ejemplo reciente se verifica en la pascua de 2007, cuando un documental dirigido por James Cameron dio cuenta de los supuestos osarios que alguna vez contuvieron los restos mortales de Jesús, su cónyuge y sus descendientes.
Precisamente en relación a los Textos Apócrifos, y en específico, en esta categorización de los evangelios, es donde deseo fijar la atención.
No es mi intención explayarme de modo exhaustivo sobre este tópico ni realizar una reseña detallada al respecto (del que me declaro acérrimo aficionado), sino sólo establecer una breve enunciación de hechos a modo de preámbulo para aclarar un poco más el contexto y las circunstancias en torno a los cuales gira el documento que me interesa mencionar.
Escritos en un periodo que abarca los tres primeros siglos del Cristianismo, numerosos evangelios apócrifos circularon entre las primeras comunidades de adeptos. Algunos fueron muy conocidos en su tiempo e incluso después, y su existencia se conservó bien documentada gracias a una razonable cantidad de copias (en lenguas como el arameo, hebreo, griego, copto, latín y árabe). Su lectura se consideró discrecional y finalmente fueron relegados, a pesar de que contenían datos y sucesos que trascendieron en la tradición oral hasta nuestros días —como por ejemplo, los nombres de los tres Sabios de Oriente: Melchor, Gaspar y Baltasar, tan populares en México; o la inclusión de un buey y una mula en el pesebre de la Natividad—. Otros fueron perseguidos y refutados, catalogados como Libros Prohibidos (entre los que destaca por supuesto, el Evangelio de Judas, que presupone una revaloración del apóstol que durante siglos se consideró como el “epítome de los traidores”, o los Evangelios de Felipe y de María Magdalena, donde se sugiere el lazo marital entre el profeta y la pecadora redimida).
Entre estos últimos, cobra relevancia —y casi seguramente constituía el texto apócrifo más célebre previo al descubrimiento del Evangelio de Judas—, el Evangelio de Tomás, descubierto en 1945 en la comunidad de Nag Hammadi, en Egipto. A diferencia de muchos otros, su datación, según algunos investigadores, se remonta a los primeros setenta años del Cristianismo, convirtiéndolo en un texto tan antiguo y por ende, tan legítimo como los cuatro pertenecientes al canon oficial (Mateo, Marcos, Lucas y Juan). A mí en lo particular me viene a la mente porque es uno de los ejes en torno a los cuales gira la película Stigmata, de 1999, dirigida por Rupert Waingright y protagonizada por Patricia Arquette. De ahí proviene la memorable frase, atribuida a Jesús:
"Parte un madero y allí estoy yo,
Levanta una piedra y me encontrarás".
En términos doctrinales, este evangelio forma parte de los llamados Textos Gnósticos, atribuidos a una secta cristiana influenciada por ideas neoplatónicas. Jesús se presenta como un maestro místico que posee conocimientos esotéricos, expresados mediante un lenguaje rico en simbolismos. Aunque conforman un considerable número de documentos, no todos los evangelios apócrifos se encuentran alineados con el gnosticismo, ni tampoco fue éste el único movimiento ideológico “alterno”, escindido de una corriente predominante. Existieron muchos otros como los esenios, herméticos, ebionitas, carpocratianos, docetistas y cainitas.
Si bien es cierto que hoy en día (a diferencia de las épocas precedentes), resulta relativamente fácil acceder al contenido de muchos textos apócrifos, adquiriendo traducciones fidedignas en un sinnúmero de lenguas, o mediante una consulta rápida en Internet, quizás los únicos libros que continúan siendo un completo misterio son aquellos que apenas han llegado a ser mencionados indirectamente en algunos momentos de la historia, pero que actualmente continúan —por lo menos en la Historia Oficial— en calidad de extraviados y poco conocidos.
Y entre estos, merece especial énfasis el Evangelio “Secreto” de Marcos.
Dicho documento (del que aún se cuestiona su veracidad, e incluso su existencia), ha trascendido gracias a una supuesta carta descubierta en 1958 en el monasterio ortodoxo de Mar Saba, por el profesor de Historia Morton Smith.
La carta era una copia de otra mucho más antigua, que originalmente formó parte de la correspondencia entre Clemente de Alejandría, (uno de los primeros estudiosos del Cristianismo, recientemente remembrado por el papa de nuestros días), y un sujeto llamado Teodoro. De acuerdo con el primero, el apóstol Marcos escribió dos versiones de su Evangelio: una destinada a todos los creyentes, y otra posterior, más selectiva, “para el uso de aquellos con conocimientos perfeccionados”. Asimismo, Clemente da un consejo a su destinatario, mediante una sentencia que —dicho sea de paso—, me ha gustado bastante y debiera ser aplicada en cualquier contexto:
"No todas las verdades deben contarse a todo el mundo."
De principio, el contenido y las citas textuales del supuesto Evangelio “Secreto” de Marcos plantea una idea que se antoja, a nivel narrativo, excitante.
Ante todo, debe tomarse en cuenta un principio del “sentido común”, para no herir susceptibilidad alguna: siempre influirán en cualquier lectura, sobre cualquier tópico y texto, las convicciones arraigadas, las predisposiciones de criterio y los prejuicios ideológicos/culturales. (Así como las fijaciones personales). Valga esta acotación tanto para el que escribe estas líneas, como para el lector.
Esta vez, no se vincula carnalmente al nacido en Belén con Magdalena, ni se expone la versión de un apóstol postreramente desacreditado, como sucedió con el apócrifo de Judas. En cambio, se sugiere de modo ambiguo un tópico bastante atractivo: la Pansexualidad de Jesús.
Un fragmento de dicho evangelio reza lo siguiente:
"Y llegaron a Betania, y allí había una mujer cuyo hermano había muerto. Llegó, se postró de rodillas ante Jesús y le dijo: Hijo de David, ten piedad de mí. Pero los discípulos la reprendían. Jesús se enfadó y se fue con la mujer hacia el jardín donde estaba la tumba. Y al instante se oyó desde el sepulcro una gran voz; y acercándose, Jesús hizo rodar la piedra de la puerta de la tumba. Y enseguida entró donde estaba el joven, extendió su mano y lo resucitó. Y el joven, mirando a Jesús, sintió amor por él y comenzó a suplicarle que se quedara a su lado. Y saliendo de la tumba, se fueron a la casa del joven, pues era rico. Y después de seis días Jesús le dio una orden y cuando cayó la tarde vino el joven a Jesús, vestido con una túnica sobre el cuerpo desnudo. Y permaneció desnudo con él aquella noche, pues Jesús le enseñaba el misterio del reino de Dios. Y saliendo de allí se volvió a la otra ribera del Jordán".
El modo en que debe ser tomado tal pasaje se regala a cada cual, pues la intención de quien escribe no trasciende el propósito magnánimo de dar a conocer puntos de vista, pero sobre todo, de abrir nuevas brechas en la creatividad, proponiendo argumentos narrativos. Tomando esto en cuenta, considero pertinente compartir mi postura:
-A nivel doctrinal, descarto que la cada vez más creciente curiosidad, lectura y reinterpretación que han despertado los libros apócrifos entre las nuevas generaciones pueda cambiar en alguna medida las pautas, regulaciones y cánones de las instituciones religiosas establecidas. Resulta irrisorio pensar que suceda.
-Aunque a nivel mercadotécnico y publicitario, no representaría ninguna novedad leer en los titulares de los periódicos algo así como que “se ha encontrado el Evangelio Secreto de Marcos”. Por qué no. Quizás suceda en la próxima pascua. (Si es que para esa fecha no se tiene programado ya anunciar el Apocalipsis).
Por último, cabe añadir que para ciertos individuos ansiosos de encontrar líderes espirituales con quienes identificarse, el descubrimiento y la autenticación de tal Evangelio Secreto de Marcos aseguraría una conversión incondicional al cristianismo.
Cuestión de Fe.
“El que quiera creer, que crea.”